La literatura policíaca es un género que, sobretodo, apetece leer en verano. A mi por lo menos es lo que me pasa. Sin ser un tipo de novelas o cuentos que me creen adicción, debo confesar que, por la clase de argumentos que desarrollan, con un final más o menos apoteósico, en el cual el detective resuelve el caso, o, simplemente el delincuente es atrapado o enviado al otro barrio, pues son agradables de leer y consiguen que nos evadamos de la revenida realidad, valga la aliteración.

Partiendo de una obra teatral cuyo asunto consistía en una parodia del género policíaco, y además, de los grandes personajes del mismo: Sam Spade, Hercules Poirot, Miss Marple, Charlie Chan, etc… el director y autor del texto realiza Un cadáver a los postres acompañándose de algunos de los actores más populares de entonces aun cuando algunos ya no eran sino estrellas en proceso de ir perdiendo su luz. Los principales son Peter Sellers, David Niven, Alec Guinness, Elsa Lanchester, Peter Falk, etc.

Lo cierto es que aunque la película logra arrancar al espectador algunas sonrisas y resulta entretenida, la verdad es que no pasa de lo que debió ser la intención original del autor; es decir, una comedia agradable y algo tontorrona, sin pretensiones, que parodia una manera ligera de hacer literatura. De hecho, ni el dramaturgo Neil Simon ni el director Robert Moore, hicieron nunca nada especialmente glorioso. Nada que ver por lo tanto, con, por ejemplo, La huella de Joseph Mankiewicz, que pisa y pasa por terrenos comunes con éste film, pero con mucha más profundidad filosófica.