
Quince años hacía que se me antojó ver La Torre de los siete Jorobados, el mítico film de Edgar Neville. Ayer, por fin, lo he conseguido. Todo empezó porque en unos saldos de El Corte Inglés de Nuevos Ministerios de Madrid, adquirí una novela del siempre imaginativo y relevante escritor Jesús de Aragón. En el prólogo se contaba como, además de su obra propia, había colaborado en la redacción de la novela La Torre de los siete Jorobados de Emilio Carrere, y que Neville la había convertido en película en 1944.
Edgar Neville pertenece a la injustamente llamada «Otra generación del 27». Se trata de un grupo de escritores, artistas, que, al haber pertenecido al bando nacional, a menudo no se les considera ni se les mide con igual rasero, como se dice popularmente. Esto en realidad es una estupidez enorme, porque todos compartían inquietudes intelectuales y además eran amigos entre ellos, y se apoyaban, independientemente del bando en que se situaran en la Guerra Civil.

De Neville ha quedado para la posteridad una serie de películas magníficas, en géneros muy diversos además. No las citaré, el curioso puede indagar fácilmente cuales son esos títulos, que me reservo para posteriores comentarios, porque, sin ninguna duda, los merecen.