La final de la Europa League era esperada como la contraposición de dos formas de entender el juego. Por un lado, el Benfica de Jorge Jesús, con su fútbol alegre y preocpuado más por el ataque que por la defensa, y por el otro, el Chelsea de Rafa Benítez, pensando siempre en cómo queda parado en defensa cada vez que ataca, y por eso lo interesante de una final que terminó siendo más emotiva de lo que podía presagiarse.
En concreto, el encuentro comenzó como se esperaba, con el Benfica teniendo la pelota y el Chelsea esperando, aunque tal vez de un modo incluso más pronunciado de lo que podía pensarse considerando las características de ambos. En cualquier caso, los lusos dominaron toda la primera etapa, pero nunca pudieron crear peligro real a un Chelsea que sí lo hizo mediante un envenenado remate de Lampard que casi convierte antes de finalizar la inicial.
De cara al segundo tiempo, todo hacía pensar en una situación semejante, especialmente porque nadie esperaba que un saque de Cech con las manos cayera en los pies de un Fernando Torres que se marchó directamente hacia la portería lisboeta, quitándose de encima muy bien a Luisao y al portero, y definiendo ante el arco vacío para poner el 1 a 0. Sin embargo, la alegría londinense duró poco, porque tras un tonto penal, Oscar Cardozo puso la igualdad de penal, y ya todos estábamos esperando la prórroga.
Sin embargo, quedaba todavía una última palabra en el encuentro, y la tenía el Chelsea, que por uno de sus caminos preferidos, y concretamente por el preferido de Ivanovic, el juego aéreo, logró llevarse una final que deja otra vez al Benfica con la miel en los labios en Europa, y la sensación de que los británicos fueron demasiado afortunados, aunque no se puede decir que su triunfo haya sido inmerecido.