Me parece muy adecuado empezar mi reseña sobre Airbender con estas declaraciones de M. Night Shyamalan, en las que defiende su carrera y su último trabajo con uñas y dientes y con una convicción irrevocables. A veces se dice que el genio se distingue por la polémica que genera, porque sólo puede ser o muy amado o odiado a muerte, porque genera debate entorno a su trabajo. Y Shyamalan verdaderamente es así, un artista que le ha dado una vuelta de tuerca muy personal al género fantástico y desde este punto de partida se le debe valorar.
También creo que es una absurdidad pensar que un director como él, que se ha ganado la absoluta libertad creativa, ha hecho esta película para amansar a las fieras y llegar a un público ámplio. Si bien es cierto que Airbender tiene un tirón comercial, también es verdad que Shyamalan es un fan declarado de la serie y es normal que quisiera ser él quien la llevara al cine.
Hasta ahí podemos estar deacuerdo, pero lo que humildemente creo es indiscutible, es que Airbender es un paquetazo de proporciones bíblicas casi imposible de clasificar en la carrera del realizador indio. Para empezar es su película menos Shyamalan de todas, pues sus películas son obras genuinas, de autor, que dentro de un marco fantástico cuenta una historia intimista sobre unos personajes que buscan una verdad o un significado que ponga sus vidas en el sitio que les corresponde. Esto lo hace en cada película que firma, con mayor o menor fortuna, pero es su modus operandi. No obstante, en Airbender este intimismo y esta seña de identidad quedan enterrados bajo más de 180 millones de dólares de presupuesto.















