‘Sucker Punch’, demasiado guay para este mundo

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Sucker Punch es un arma de doble filo muy importante en la carrera de Zack Snyder porque es la primera vez que dirige una historia propia y en la que ha gozado de una libertad creativa total que se ha ganado tras las exitosas 300 y Watchmen.

Como buen absorvedor de cultura popular, Zack Snyder ha construido una historia en la que se mezclan un amplio abanico de elementos que han ido conformando tanto el imaginario del director, como el de unas cuantas generaciones que han crecido mamando cine fantástico, leyendo cómics, viendo series anime y viviendo aventuras extraordinarias a través de los videojuegos. Hay que haber bebido de todas estas fuentes para disfrutar Sucker Punch en toda su magnitud, porque es una historia más importante de lo que parece, ya que por primera vez una película aúna un séquito de estandartes contraculturales que resultan cruciales para dibujar un mapa del imaginario fantástico global y conforman un cuento abrumador, de una poderosa carga visual, que bien podría considerarse una actualización salvaje de Alicia en el País de las Maravillas.

La historia de la fantasía como refugio no es nueva. Alicia viajó al País de las Maravillas para huir de su mundo, Dorothy se hizo mayor gracias a su viaje iniciático en el mundo de Oz, el protagonista de Carretera Perdida se esconde de la culpa en lo más recóndito de su subconsciente e Ivana Baquero en El Laberinto del Fauno crea un mundo fantástico que orienta sus actos en medio de la Guerra Civil que no comprende. Zack Snyder va un paso más allá y plantea la posibilidad del universo imaginario propio como terapia autoinducida, con el caso de una chica que pierde el norte tras perder a su familia y se aloja en un espacio onírico, dispuesto en su subconsciente, en el que todavía es capaz de hacer algo bueno para alguien que, al contrario que ella, todavía no esté perdido.

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La perspectiva sesgada desde la cual vemos Sucker Punch permite que la película pueda moverse tranquilamente por la constante ambigüedad, hasta el punto que incluso permite dudar de lo “real” y del protagonismo central de la historia. Sumando el extraordinario cuidado estético y el trabajadísimo diseño de producción de la película, no sólo estamos ante una obra de genio, sino que podemos hablar de una película imprescindible para comprender, no sólo el cine actual, ya que también, como hemos comentado, dibuja un mapa del imaginario propio de las generaciones criadas con la cultura popular.

Y ahora vienen los peros, porque todo esto que he mencionado hasta ahora está ahí, pero demasiado escondido. Trasladar todo este pastiche cultural del siglo XXI a una chica de los años 50-60 es un anacronismo demasiado bestia como para ser aceptable sin pasar una prueba de fe en la que, de paso, deberíamos aceptar también sin atisbo de duda que todo el frenesí de espadas, robots, dragones y sangrientas batallas bélicas forman parte de la mente de una joven de 20 años que vive en la posguerra.

Por otro lado, no puedo evitar tener la sensación de que Zack Snyder está respondiendo mal al éxito de 300. Demostró en Watchmen que el impecable trabajo técnico no es suficiente para profundizar en una historia, de ahí que su adaptación del Magnus Opus de Dave Gibbons y Allan Moore fuera más una interesante anécdota que una película memorable; y en Sucker Punch el humo levantado por un increíble espectáculo pirotécnico impide gozar de la excelente propuesta de la película, así como de los méritos artísticos de un magnífico director que necesita urgentemente bajar revoluciones y pulir su estilo para demostrar lo grande que es.

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