Juegos formales y simulacros de realidad

Dentro del siglo XX la escultura encontró un nuevo campo donde engrandecer sus propiedades: la fotografía. Ésta será ahora la más empática de las bellas artes; hasta su invención, la escultura constituía la alusión más obvia a la realidad humana por sus características espaciales. En obras como la de Man Ray, ambos atributos se iluminan mutuamente, como juego formal y como alusión psíquica, gracias al marco restrictivo de la imagen. Ahora el cuerpo humano tiene condición de escultura, algo que posteriormente desarrollará el body art y otros estilos más centrados en el arte conceptual de la imagen. El arte de la cámara, habitante de las dos dimensiones, estaba destinado a inspirarse en la pintura, pero dada su ceguera ante el color, constituyente básico de la pintura, la fotografía acogería mejor la volumetría de la escultura y su naturaleza poliédrica de infinitos puntos de vista. Tenemos un arte dentro de otro; la foto diseña para la escultura un lugar de representación inédito, además, muchos artistas gustan de someter a sus obras a los caprichos de un contexto lumínico y perceptivo auténtico, comparado con el espacio aséptico del museo. Así, la inclusión de un arte dentro de otro renueva el modo de contemplar la obra artística; cada centímetro de la foto, aunque sea puro espacio entre las figuras, contribuye al modo en el que se experimenta la imagen total: los rayogramas, las solarizaciones, los fotomontajes… serán técnicas utilizadas que permitirán el análisis y el descubrimiento de nuevas formas de expresión. La fotografía fue un nuevo medio donde explorar las posibilidades artísticas de nuestro propio cuerpo y, por lo tanto, nuevas formas de comunicación y experimentación artísticas, algo que condujo directamente hasta el séptimo de los artes: el cine.

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