La Feria del Libro de Sevilla está acogiendo a grandes firmas del mundo de la literatura. Tantas que a veces no te da tiempo a estar en los actos, porque mientras un autor firma otro está dando una charla y otro participando en un coloquio. ¿Y con cuál te quedas?
Yo el viernes lo tuve claro: Eduardo Galeano. Escuchar a este maestro de la literatura es todo un lujo que, si tienes la ocasión, no debes perderte. En esta ocasión vino a presentar su libro Los hijos de los días y el recinto se quedó pequeño. La “pérgola”, el lugar central de la Feria del Libro de Sevilla y el espacio destinado a los grandes eventos, se llenó de gente ávida de escuchar al uruguayo. El suelo, las farolas y las vallas de la Plaza Nueva también sirvieron para que la gente se sentase o se encaramase para escucharlo.
Galeano leyó fragmentos de su libro, interrumpido constantemente por los aplausos de los que estábamos allí presentes. Y es que su cadencia, su voz y su manera de recrearse en cada una de las palabras, disfrutando las sílabas, es algo que se te queda dentro. Y te hace aplaudir. También sus consignas, llenas de alegatos anticapitalistas y críticas a la sociedad que nos ha tocado vivir. Y con el aniversario del 15-M tan reciente – en Sevilla, además la plaza donde se celebran las concentraciones y asambleas principales de este movimiento está a unos cinco minutos de la Feria del Libro – todos estábamos contagiados de este espíritu.
Uno de los momentos más irónicos de la tarde fue cuando leyó su manifiesto “Adopte un banquerito”, ese que dice:
En el año 2008, se fue a pique la bolsa de Nueva York.
Días histéricos, días históricos: los banqueros, que son los más peligrosos asaltantes de bancos, habían desvalijado sus empresas, aunque jamás fueron filmados por las cámaras de vigilancia y ninguna alarma sonó. Y ya no hubo manera de evitar el derrumbe general. El mundo entero se desplomó, y hasta la luna tuvo miedo de perder su trabajo y verse obligada a buscar otro cielo.
Los magos de Wall Street, expertos en la venta de castillos en el aire, robaron millones de casas y de empleos, pero sólo un banquero fue a la cárcel. Los demás imploraron a gritos una ayudita por amor de Dios y recibieron, por mérito de sus afanes, la mayor recompensa jamás otorgada en la historia humana.
Ese dineral hubiera alcanzado para dar de comer a todos los hambrientos del mundo, con postre incluido, de aquí a la eternidad. A nadie se le ocurrió esa idea.
Una hora mágica que se nos pasó volando. Ahora sólo nos queda recordar la mirada tranquila y serena de Eduardo Galeano, como su voz, y deleitarnos con las historias de su último libro. Sin duda una joya como los anteriores.