En una mañana soleada frente a la costa de Villefranche-sur-Mer, el Sagitta III avanza velozmente por las aguas cobalto del Mediterráneo, dejando atrás los apacibles puertos de la Costa Azul francesa. La embarcación científica, cuyo nombre rinde homenaje a un zooplancton con características notables, se dirige hacia una boya amarilla que se mece mar adentro. A lo lejos, la ciudad brilla con sus villas de colores pastel y las torres de las iglesias que se aferran a los acantilados, pero a bordo del Sagitta III, la belleza del paisaje queda en segundo plano.
Lionel Guidi, un científico del Laboratorio Oceanográfico de Villefranche, observa el mar con mirada aguda, enfocado en su misión: pescar plancton. “¡Hay vida!” exclama Anthéa Bourhis, técnica marina que se encuentra en la embarcación. La tripulación, con una vasta experiencia bajo el mando del capitán Jean-Yves Carval, se mueve con precisión, consciente de la fragilidad del plancton: “Si vas demasiado rápido, haces compota”, advierte el marinero.
Al llegar a la boya de muestreo, la embarcación reduce la velocidad. Bajo cubierta, el jefe mecánico Christophe Kieger despliega un cable de 3000 metros que sujeta una red con poros tan pequeños como un grano de sal. Finalmente, la red emerge de las profundidades, repleta de una sustancia gelatinosa de color marrón. “¡Hay vida!”, repite Bourhis mientras cuidadosamente transfiere el contenido a un cubo.
Esta captura representa más que una simple muestra de agua de mar y limo: es una ventana al pasado y, potencialmente, al futuro de nuestro planeta. El plancton, que desempeña un papel esencial como el corazón de los océanos, absorbe dióxido de carbono y libera oxígeno, sustentando toda la cadena alimentaria marina.
Sin embargo, en el Laboratorio Oceanográfico de Villefranche, los investigadores han comenzado a notar tendencias preocupantes en su vigilancia de estas criaturas vitales. “La temperatura de la superficie ha aumentado aproximadamente 1,5 grados centígrados en los últimos 50 años”, explica Guidi, quien ha observado un descenso en la producción de fitoplancton, una situación que podría desatar efectos catastróficos en el ecosistema marino.
El fitoplancton, que representa la base del ecosistema oceánico, sufre debido al calentamiento de las aguas. Un eventual colapso de esta población podría afectar gravemente a las especies que dependen de ella, incluyendo peces y aves marinas, y comprometer la capacidad de los océanos para absorber dióxido de carbono, lo que pone en riesgo el equilibrio climático del planeta.
Mientras tanto, en las instalaciones del LOV, la joven técnica Anthéa Bourhis se centra en las muestras recolectadas, fijándolas en formaldehído antes de digitalizarlas a través de un escáner que clasificará cada organismo. “Miras a través del microscopio y hay todo un mundo”, señala Guidi, quien destaca la belleza y diversidad de estas criaturas, algunas de las cuales inspiraron monstruos de la cultura popular.
La investigación a largo plazo que se lleva a cabo en el LOV es crucial para identificar patrones que abarquen décadas, ayudando a los científicos a distinguir entre cambios naturales y aquellos inducidos por el clima. “Si no hay más plancton, no hay más vida en el océano, y si no hay más vida en el océano, la vida terrestre tampoco durará mucho”, afirma Jean-Olivier Irisson, otro especialista en el laboratorio.
A medida que la ciudad de Niza se prepara para acoger la tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos, se espera que se aborden cuestiones fundamentales relevantes para la conservación marina. Una de las prioridades será el ambicioso compromiso “30 para 30”, que plantea proteger un 30% de los océanos para el año 2030.
Lionel Guidi es consciente de la urgencia de estos esfuerzos: “Todo esto debe ser discutido por personas capaces de crear leyes basadas en la ciencia”. Aunque no se quiere involucrar en la redacción de políticas, sabe que los resultados científicos aportan datos concretos que son esenciales para la toma de decisiones.
Así, en Villefranche-sur-Mer, el trabajo del Sagitta III continúa, rastreando la vida del océano, capturando imágenes digitales de su riqueza y compartiendo datos que contribuirán al entendimiento global, conectando no solo la ciencia, sino también la esencia misma de la vida en nuestro planeta.
Fuente: ONU últimas noticias