La historia de la novela se centra en las desventuras que corren Lady Sylvia Bruma y Elías Pérez Seltz, más conocido como «zambomba». Lady Bruma es una joven bellísima a la que el destino deja viuda y con una fortuna por herencia. Su afición es coleccionar amantes frente a los ojos de su tercer marido, actividad que pasa a convertirse en su objetivo vital a lo largo de toda la novela. Por otro lado, zambomba es un hombre infeliz y en crisis, que cae víctima de una estrategia ideada por Lady Bruma para aumentar su número de conquistas que, últimamente, ha descendido. Los encantos femeninos de Sylvia Bruma dominan la voluntad de zambomba, que protagoniza algunos de los episodios más delirantes de la narración, con el único objetivo de complacer los deseos de una mujer que lo vuelve, literalmente, loco. Parafraseando al mismo Poncela en su libro máximas mínimas, parece que para zambomba «La vida es como una mujer muy querida que no se portase bien con nosotros: Todos los días nos haríamos el propósito de abandonarlo y nunca nos encontraríamos con Fuerzas suficientes para ellos”.
La contemporaneidad que irradia Amor se escribe sin hache, escrita en 1928, sobrepasa cantidad de obras escritas a lo largo de los casi ochenta y cinco años que nos separan de su primera edición. El libro desborda una narrativa muy dinámica y refleja una gran libertad del autor, que introduce en medio del texto elementos diversos como dibujos, anuncios de coñac, conversaciones en inglés o francés, operaciones matemáticas o lo que fuera necesario para dotar de vida y personalidad un texto por lo que el tiempo parece no haber pasado mucho.
Enrique Jardiel Poncela, junto con sus amigos y también escritores Edgar Neville, Ramón Gómez de la Serna o Miguel Mihura conforman una generación brillante dentro de la literatura española que, hoy, cuenta con un escaso reconocimiento en su país de origen. Estos genios, que incluso llegaron a trabajar en Hollywood, son grandes desconocidos para muchos de los lectores contemporáneos, lo que refleja una falta preocupante de respeto por la calidad de nuestros artistas. Jardiel Poncela representa un ejemplo claro de esta injusticia: su estilo fresco e innovador parece casi tan rompedor como lo fue Andy Warhol a los ’60 o Samuel Beckett con su archiconocida Esperando a Godot (1952), la diferencia la encontramos en el reconocimiento que en España se hace de unos pero, desgraciadamente, no del otro. Puede ser el epitafio de Poncela sea la mejor contestación a esta inexplicable actitud nuestra: «Si queréis los mejores elogios, moríos».
Continuando con la llamada que Enrique Jardiel Poncela hace al comienzo del libro, animo a todo quien esté interesado en la buena literatura que se haga con un ejemplar y, si decide regalarlo, no dude en hacerse con otro, porque nunca está demás tener una buena novela a mano.
Fuente: rincón del vago