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Yo lo llamo el “Síndrome de la Gran Novela Americana”. Afecta a escritores de Estados Unidos que han publicado libros de relatos o novelas cortas y a los que la crítica adora. Un día estos señores se levantan y piensan: “Tengo que escribir la Gran Novela Americana”.
Y esa Gran novela Americana tiene unas características muy concretas: debe ser muy larga (por lo menos, 500 páginas) y debe intentar describir al máximo una época muy concreta de la historia de los EEUU (o mejor aún ¡varias épocas! como en “La fortaleza de “la soledad” de Jonathan Lethem). Y, sobre todo, debe reflejar el “espíritu de su país” (sic).
Las editoriales anuncian una cada pocos años: “Submundo”, de Don de Lillo; “La hoguera de las vanidades”; “Las correcciones”, de Jonathan Franzen… Algún autor se lo toma con humor, como Philip Roth, que publicó una novela en 1974 a la que tituló, directamente, “La gran novela americana”.
¿Y a qué demonios viene todo esto? Pues a que la trilogía de Richard Ford (tres novelas con el mismo protagonista, la última, “Acción de gracias”) viene ya con el título de Gran Novela Americana a cuestas. Y viene a que –lo confieso- yo soy mucho más fan de los libros de relatos de Richard Ford que de ninguna de sus novelas: los cuentos de “Rock Springs”, por ejemplo, son fantásticos, o los de “De mujeres con hombres”. En los relatos la prosa de Ford luce el doble; todo ocurre despacio, pero termina pronto y nos deja con ganas de más.
“Acción de gracias” es otra cosa, es un novelón largo que hay que disfrutar con paciencia. Lo que pasa es que cuando uno de los mejores escritores vivos está detrás de las páginas, cualquier libro suyo impacta, y más, uno tan desasosegante y afilado como este.