Cristina es una niña de 9 años con discapacidad que ha comenzado su camino educativo en la escuela San Miguel de San Pedro del Paraná, donde su llegada ha iluminado el ambiente del aula. Desde su primer día, la sonrisa de Cristina ha sido evidente, reflejando la felicidad que siente al aprender en un entorno inclusivo. Su madre, Ceferina, recuerda con emoción las dificultades que han enfrentado juntas, llenando de lágrimas sus ojos al pensar en el amor y el esfuerzo que ha invertido en cuidar y apoyar a su hija, que vive en un hogar humilde en el departamento de Itapúa, a 360 kilómetros de Asunción.
Cristina vive con parálisis infantil, lo que le impide hablar y caminar. Sin embargo, su comunicación es efectiva a través de la mirada, sonidos y gestos, lo que su madre describe como un vínculo profundo que trasciende las palabras. Su diagnóstico, que incluye retraso global del neurodesarrollo e hipoxia perinatal, no ha mermado las esperanzas de Ceferina, quien siempre ha considerado a su hija como su «pequeña bebé para toda la vida».
En Paraguay, uno de cada cuatro niños de 5 a 17 años se encuentra fuera del sistema educativo. Este alarmante dato, revelado en un estudio del Ministerio de Educación y Ciencia y UNICEF, se debe a múltiples factores, como la pobreza y la falta de percepción sobre la importancia de la educación, especialmente entre los niños con discapacidad. Se estima que alrededor del 10% de los jóvenes en el país tiene alguna discapacidad, enfrentándose a barreras como la falta de acceso a servicios y un entorno de aprendizaje que no es amigable ni inclusivo.
No obstante, el proyecto «¡Vamos a la escuela!» ha cambiado la realidad de Cristina y otros niños en situación de vulnerabilidad. Al ser contactada por el grupo responsable de este programa, la presidenta de la fundación Divina Misericordia, Francisca Benítez, y su equipo comenzaron a trabajar para incluir a los niños sin acceso a la educación. Así, la historia de Cristina se transformó en un símbolo de esta lucha comunitaria por la inclusión.
Una vez que se concretó su matrícula, la directora de la escuela, Olga Servín, le dio la bienvenida a Cristina con un uniforme, rodeada de un entorno que se ha mostrado dispuesto a apoyarla. El trayecto diario de 800 metros hacia la escuela se convierte en una oportunidad para que Cristina explore el mundo que la rodea, observando la naturaleza mientras su madre la acompaña. Aunque inicialmente Ceferina se sentía insegura sobre si su hija recibiría la atención adecuada en la escuela, pronto se dio cuenta de que Cristina estaba feliz en su nueva rutina.
Cristina disfruta de actividades diversas con su profesora Elizabeth Pereira, especializada en educación inclusiva. Gracias a la utilización de recursos como computadoras y libros digitales accesibles, su aprendizaje y participación se han visto enriquecidos, permitiendo que Cristina no solo aprenda, sino también comparta momentos con sus compañeros, como escuchar cuentos y participar en juegos musicales.
La profesora Elizabeth destaca el poder transformador que puede tener la inclusión en el aula. A través de la interacción con sus compañeros, Cristina ha aprendido a comunicarse y hacerse entender. La docente enfatiza que, aunque los alumnos no siempre aprenden las materias básicas, lo que realmente importa es la conexión emocional y el apoyo que reciben de sus educadores.
Con iniciativas como «¡Vamos a la escuela!», se busca no solo la educación formal de niños como Cristina, sino derribar las barreras que han limitado su acceso a la educación. La inclusión escolar de Cristina no solo ha beneficiado su vida, sino que también ha hecho reflexionar a su entorno sobre la aceptación y la empatía hacia quienes viven con discapacidad. Este proyecto continúa trabajando para garantizar que todos los niños, independientemente de sus circunstancias, puedan acceder a una educación de calidad y desarrollar su máximo potencial.
Fuente: ONU últimas noticias