TRUE BLOOD (Muerto hasta el anochecer), de Charlaine Harris

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En la relación entre cine y literatura –o entre televisión y literatura- siempre ha habido una verdad incuestionable: “el libro está mucho mejor que la película”. Y si bien en el pasado ha habido sus excepciones (Howard Hawks apostó con Hemingway que podría crear una obra maestra del cine a partir de la peor de sus novelas, y así lo hizo, con “Tener y no tener”), la regla, hasta hace bien poco, se mantenía vigente.

Sin embargo, sin duda algo está pasando en televisión: las series han copado el lugar de honor, antes sólo reservado a las películas, y ahora son ellas las que contratan a las grandes estrellas, las que presumen de directores y las que están transformando libros en obras maestras. Ya me dí cuenta con “Dexter”: la serie es mucho mucho mejor que los libros (“El oscuro pasajero” y “Querido Dexter”, ambos de Jeff Lindsay). Ocurre lo mismo con éste, “Muerto hasta el anochecer”. No es que el libro sea malo, es que la serie es apabullantemente mejor.

Ambas historias tienen el logro de haber dado con un punto de partida muy original, el del “asesino de asesinos” de Dexter y los vampiros en el “profundo Sur” estadounidense de True Blood que se encuentran con la telepática Sookie Stackhouse. Pero será que en las series han tenido más espacio para desarrollar las tramas, o para explorar a los personajes secundarios: es una pena que en el libro, por ejemplo, los mejores personajes de la serie (Jason, el hermano de Sookie, o Lafayette) aparezcan tan solo de refilón; o incluso, directamente, no existen (como Tara, sin duda el mejor personaje de todo True Blood). Tal vez sus historias aún están por llegar, pues se trata de una serie de libros, pero, de momento, éste ofrece mucho menos que los 12 episodios.

Lo único diferente a la serie y destacable es la genialidad de encontrarnos a Elvis vivito y coleando… y convertido en vampiro, por supuesto.