Hay una Ciencia Ficción (y no me entretendré aún en disquisiciones taxonómicas) que siempre me ha resultado especialmente atractiva: la que extrapola no sólo la tecnología en si, sino también las corrientes culturales / sociológicas / sicológicas o sencillamente humanas en las que se debate para llevarnos a una visión escalofriante de nuestro futuro.
No tiene nada de asombroso que tres pioneros de la Ciencia Ficción británica se hayan destacado precisamente en esta línea, lanzando una voz de alerta a esa humanidad asombrada por la guerra generalizada.
H. G. Wells, escribía a finales del Siglo XIX su alegórica La máquina del tiempo. Wells cae cautivado por el panorama que se abre a su frente, los avances científicos de la época auguraban ya unas posibilidades asombrosas, inimaginables de hecho. El escritor se vuelca a escribir un relato especulativo sobre las posibilidades de “la cuarta dimensión” y la posibilidad de construir una máquina que, gracias a esta dimensión, le permita moverse a través del tiempo. El año de 1893 ve a luz la primera versión de la novela, que fue publicada por entregas en el Henley’s National Observer. Sólo dos años después el autor desarrolla, por encargo y en tan sólo un par de semanas, la novela en su forma definitiva introduciendo el personaje del viajero del tiempo y esa degeneración a la que la humanidad llega en un lejano futuro, representada por los morlocks y los eloí.
Precisamente el mismo año que ve la luz La maquina del tiempo, el de 1895, muere en Inglaterra Thomas Henry Huxley, profesor del doctorado de Wells y uno de los pocos defensores con los que contó en vida Charles Darwin. Paradójicamente, el distinguido biólogo no es tan conocido por sus brillantes trabajos taxonómicos o por ser el creador del término agnóstico, sino por ser el abuelo de una distinguida constelación de personalidades británicas: Aldous Leonard Huxley.
1932 es el año en que sale a las tiendas Un mundo feliz de Aldous Huxley. En esta aparente utopía, en la que la humanidad a logrado apartar de si todo lo que es capaz de producir dolor o frustración facilitando el acceso a todo lo bueno y lo bello, nos vemos identificados con el personaje del “salvaje”; su primitiva energía, su rebeldía y su inocente y directa forma de interpretar el mundo que le rodea generan en nosotros una simpatía inevitable. Un mundo feliz nos enfrenta al eterno dilema: la necesidad del sufrimiento como necesario contrapunto del disfrute en la búsqueda de una felicidad real y trascendente.
Eric Arthur Blair, periodista y escritor, nace ya en el siglo XX; en 1903 para ser preciso. Aunque se mueve en círculos sociales distintos a los de Wells y Huxley bebe de las mismas inquietudes sociales y sufre la misma inquietud por el futuro. Hombre de acción y no solo de palabras se alista como miliciano para luchar contra los nacionales de Franco en la guerra civil Española y aunque es herido de bala durante una escaramuza cerca de Huesca, su mayor riesgo de morir fueron las purgas del estalinista Partido Comunista Español. Eric, con sólo 46 años de edad, muere de tuberculosis en 1950 pero dos años antes publica, bajo su seudónimo literario George Orwell, la que es considerada una de las obras maestras de la Ciencia Ficción: 1984. Esta obra fue inspirada por la vigilancia a la que fue sometido por parte del gobierno británico el propio autor y nos sumerge en un asfixiante y opresivo entorno de miedos y engaños instrumentalizados desde el poder.
Por supuesto nuestra evolución como sociedad ha ido por otros caminos ¿o no?