“Sevilla tiene toda la petulancia y el ruido de la vida; un loco rumor cae sobre ella en todos los instantes del día; apenas toma tiempo para hacer su siesta. El ayer no le preocupa, el mañana menos todavía; ella es sólo presente. El recuerdo son la felicidad de los pueblos desgraciados, y Sevilla es feliz…” (Theophile Gautier, poeta, escritor, dramaturgo francés, 1.811-1.872)
Como se puede comprobar a Gautier no pudo escapársele este sutil matiz del alma sevillana. Esta frase, aparentemente, tan ligera –“el ayer no le preocupa, el mañana menos todavía: Sevilla es sólo presente…” – encierra la observación más profunda y certera sobre la ciudad. Cuando viajo y me alejo de mi ciudad, Sevilla, es entonces cuando evalúo exactamente el goce de ciertas presencias. Tal vez sea la luz, sus olores, su cielo. Los regresos siempre son anhelados encuentros.
{…»Hay una luz de día. Es una luz que los sevillanos saben distinguir muy bien entre la pomposidad cromática de los cielos del mediodía, que la perciben en su avance lento diario, desde el fondo frío del invierno, y que cuando por fin llega Marzo, Abril, los colma de esa íntima satisfacción que da la universal esperanza cumplida. Es una luz amarilla, pero no un amarillo fugitivo e inestable. No amarillo de oro, duro e irreducible. Amarillo de flor: pétalo, polen, aroma. Una tarde sin horas, entre nubes quietas surge de pronto el sol, un sol muy bajo, de rayos espesos, casi definidos, palpables, que entran de par en par del suelo por todas las calles que se deshacen hacia poniente. La ciudad siente en su entraña aquella múltiple espada de fuego dulce amarillo, que le clava desde el cercano horizonte del Aljarafe, el cielo incendiado…»}
Demos un paseo, pero no por esta babilónica Sevilla de los ensanches y obras precipitadas, de caóticas avenidas y circunvalaciones. Paseemos por sus barrios que es donde está la pura y genuina gracia de la ciudad, a pesar de las transformaciones que han sufrido en los últimos años. Cada barrio tiene su fisonomía peculiar: uno es alegre, otro triste; éste laborioso, aquél marinero. Ya ha caído el sol en el lejano poniente. En estos días primaverales en los jardines y patios florecen los jazmines como estrellas, y en el cielo las estrellas como jazmines en nuestros patios. {…El secreto de Sevilla, está en su luz; pero en esta luz, ¡cuántos colores, cuántos matices diferentes…} (Gustavo A. Bécquer, poeta sevillano 1.836-1.870))
{…»Cada barrio luce una bandera de aires muy distintos: Santa Cruz es azul y morado, parece sumergido siempre en una lluvia de buganvillas. La Macarena es clara, alegre, riente, con alegría de huerta frondosa. Triana es de plata con un anillo verde. San Lorenzo y Santa Clara tienen el celeste del cielo y el oro de los ponientes. En otros lugares como en La Alfalfa, en las Mercenarias, en la Catedral se percibe a la ciudad cerrada, rodeada, ceñida por su mismo cuerpo. En cualquier otro punto de Sevilla la ciudad no piensa más que en sí misma…»}
Sevilla no es ciudad de perspectivas ni horizontes. Es ciudad de secreto interior, no le busquéis grandes geometrías, trazos ni pesadumbres arquitectónicas, aunque son pocos los que existen en los antiguos barrios: un rincón de tierra con sol, un gran patio, un pozo, un arriate lleno de humildes geranios cuyos habitantes son una gran familia. Arriba, sobre la tapia blanca, el azul del cielo. Es otro aire y otra luz. Son los antiguos corrales de vecinos.
También existe un poder de abstracción en los jardines y parques sevillanos. La luminosidad que envuelve a esta ciudad es excesivamente clara, transparente, que refuerzan los contrastes y sean aún más vivaces, fascinantes ante la mirada. En estos espectaculares lugares conviven un sinfín de plantas y arbustos: las trepadoras de vivos colores, mosquetas, plúmbagos, jacarandas, jazmines, rosales, geranios y gitanillas de alegres colores, arrayanes, cipreses, bojes, palmeras, naranjos. El jardín por excelencia sevillano, el del Alcázar, la recatada armonía de su ancestral orientalismo, obra de siglos y civilizaciones superpuestas. Se conoce que, por un fragmento de un poema árabe antiguo, el rey Al Mutamid, gustaba la blancura y el olor de los jazmines. ¿A qué huele en los jardines del Alcázar? No es esta flor, ni aquél árbol, ni aquella rama, huele a jardines viejos, a años, a siglos de jardines. Huele a recuerdos.
El Parque de María Luisa, Las Delicias, Jardines de Murillo, rincones, glorietas, jardincillos, plazuelas. Pasear en primavera por estos lugares, por las calles de Sevilla, la embriaguez de los sentidos está medida y ordenada, los aromas son nuestro mejor guía.
Fragmentos de “Sevilla en los labios” de Joaquin Romero Murube.