Siete películas (casi) calcadas en siete años consecutivos hacen polvo a cualquiera, y por mucho que estemos hablando de la saga de terror más exitosa de todos los tiempos (la más rentable y con más películas estrenadas en salas) la fórmula se agota y llega el momento de dejarlo…al menos por un tiempo.
Saw VII 3D es redundante y resacosa que surge de la inercia del éxito de sus predecesoras y de la necesidad de poner un punto y aparte en la franquicia. Se ve un desgaste de la fórmula por propia erosión y la consiguiente pérdida de la capacidad de sorprender, pero también porque ha sido castigada por el asedio constante la censura y las críticas, que han condicionado que la séptima parte más light que anteriores entregas.
Este capítulo final recoge un poco lo que ha dado de sí la franquicia. El gore, el digno entretenimiento y la moralidad límite van de la mano para ofrecer un fin de fiesta disfrutable, pero sin la catarsis que pedía la trama central que vertebra las siete películas.
Saw VII 3D se agarra como un clavo ardiendo a las principales cualidades de la saga: la iconografía creada entorno al ya mítico Jigsaw (Tobin Bell), la baza de entender las siete películas como un conjunto y, además, le añade un punto de nostalgia con la recuperación de supervivientes. Se trata de una película cimentada sobre el fenómeno fan que ha generado Saw y que Lionsgate cierra ahora para poder desempolvar el muñeco de mofletes rojizos y el triciclo en un futuro no muy lejano. ¿Fin del juego? Yo creo que no.