Libertad, libertad

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«Que nos rideaux fermés nous séparent du monde

et que la lassitude amène le repos!

Je veux m’anéantir dans ta gorge profonde,

et trouver sur ton sein la fraîcheur des tombeaux!»   

(«¡Que pesadas cortinas nos separen del mundo

y que el agotamiento nos conduzca al descanso!

¡Quiero aniquilarme en tu honda garganta

y encontrar en tu seno el frescor de las tumbas! «)

     Estos versos, de sobrecogedora belleza, pertenecen al poema titulado Mujeres Condenadas. Delfina e Hipólita incluido en el libro Las flores del mal (Les fleurs du mal) del poeta francés, maldito por excelencia, Charles Baudelaire. Pues bien, si vds. hubieran vivido en el año 1857 (en que se publicó este poemario), no podrían haber disfrutado (salvo clandestinamente) de la arrebatada belleza de esta composición poética.

     Sí, la Justicia francesa, instigada por los guardianes de la moral pública (y católica) de la época, a través del periódico francés Le Figaro, prohibió seis de los poemas que, en principio, formaban partede esta obra fascinante (el ya mencionado Mujeres condenadas, y además Las joyas, El Leteo, A la que es demasiado alegre, Lesbos y La metamorfósis del vampiro.)

     El amor lésbico (en principio el libro se titulaba Las Lesbianas), el sexo, más o menos explícito, o los ataques a la religión católica («… me burlo de Dios, del Diablo y de la Mesa del Altar!«) que aparecen en esta obra provocaron un sonado escándalo en la sociedad francesa de mitad del siglo XIX hasta el punto de «obligar» a los tribunales a tomar cartas en el asunto mutilando el poemario del autor parisino de la forma que hemos visto (bien es verdad que Baudelaire fue absuelto de la acusación de ofensas a la moral católica y por eso pudieron «sobrevivir» otros poemas que también habían sido estigmatizados por las mentes bienpensantes de aquel momento, tales como La negación de San Pedro o Abel y Caín).

     Este episodio que les acabo de narrar y otros parecidos que podrían mencionarse (por ejemplo, a Gustave Flaubert estuvieron a punto de condenarle el mismo año por la aparición de su archiconocida novela Madame Bovary -precisamente le juzgó el mismo tribunal que a Baudelaire, pero en este caso fueron más indulgentes-) nos llevan a la siempre interesante -y espinosa- cuestión de los límites de la creación artística (y, más concretamente de la creación literaria).

     ¿Vale todo en la expresión artística o existen ciertas fronteras que el escritor no debe sobrepasar en ese camino de búsqueda de la belleza y la verdad a que se ve avocado? Porque, no nos engañemos, hoy en día existen también determinados «asuntos intocables» en los que una opinión «disidente» puede levantar ampollas y provocar la reacción inmediata de los nuevos garantes de la moral pública (y me estoy refiriendo, p.e., a las ofensas hacia determinadas creencias religiosas no católicas, o a los comentarios escépticos acerca de algunos de los nuevos «credos» que se han impuesto en la sociedad actual -el «credo ecologista», v.g.-).

     A mi parecer, la libertad del creador debe ser total y absoluta. El escritor (novelista, dramaturgo o poeta) sólo se debe a su propio arte. No hay convención social, moral, religiosa o de cualquier otro género que deba suponer un obstáculo en su persecución de la «obra maestra». Desgraciadamente la Sociedad tiene que defenderse. Por eso persiguió, persigue y perseguirá al individuo que pone en tela de juicio las convicciones en que se sustenta. Por eso no es de extrañar que el poeta (el artista, en general) se convierta muchas veces en un marginado, en un incomprendido, en un «out sider», como le ocurrió, por ejemplo, a Baudelaire, que falleció pobre, enfermo y sin el reconocimiento que sin duda su genio merecía. Quizá sea el precio de la libertad. Despidámonos con otros versos del justamente llamado primer poeta de la modernidad -pertenecen a su poema titulado El rebelde (Le rebelle):

«Un ange furieux…

… du mécréant saisit à plein poing les cheveux,

et dit, le secouant: «Tu connaîtras la règle!

 …mas le damné répond toujours: «Je ne veux pas!»

(Un Ángel furioso…

agarra fuertemente los cabellos del descreído

y dice, sacudiéndole,: «¡Aprenderás la regla!…

… pero el condenado responde siempre: «¡No quiero!»)