No podemos terminar el estudio de la Historia sin extraer las conclusiones básicas que de él se desprenden. Las razones práctica que, en definitiva, justifican ese estudio:
Una vez hemos definido la historia como un conflicto que le ocurre a un personaje, desequilibrando su mundo; que este personaje parte en busca de un objeto que considera restaurará el equilibrio perdido; que para conseguirlo debe enfrentarse a las fuerzas que se oponen a su deseo y adoptar determinadas decisiones; y que al final lo conseguirá o no, pero habrá sufrido una transformación, podemos trazar el esquema de la búsqueda y en él apreciaremos los elementos básicos que constituyen cualquier historia:
a) El conflicto conformará el planteamiento (I acto); las vicisitudes derivadas de las decisiones adoptadas por el personaje serían el nudo (II acto), y la respuesta a las preguntas planteadas en el conflicto, el desenlace (III acto), las tres partes clásicas de cualquier relato, novela u obra de teatro.
b) El personaje al que le ocurre el conflicto es el protagonista (el príncipe); el que personifica su deseo es el objeto (la princesa), y por último, el que representa las fuerzas antagonistas contra las que debe luchar, la sombra (el dragón). Es decir, la tríada de personajes imprescindible en cualquier relato.
c) El eje de la historia, su columna vertebral, está constituido por los hechos derivados del profundo deseo y los esfuerzos del protagonista por restaurar el equilibrio en su vida. Esta es la fuerza unificadora primaria que mantiene unidos el resto de los elementos narrativos. Porque no importa que ocurra en la historia, que ésta sea de indios y vaqueros o de las andanzas de un adolescente. Al final, cada acontecimiento, cada personaje y hasta cada palabra que escribamos deberá guardar una relación, causal o temática, con ese núcleo de deseo y acción.
Estos elementos constituyen herramientas básicas de nuestro oficio, unas herramientas más antiguas que las propias pinturas rupestres y que aún tienen aplicación porque su utilización nos permite conectar con los resortes psicológicos que mueven al lector a sumergirse en el mundo onírico de la historia.
Si queremos que nuestras historias hagan que el lector se sumerja en el mundo onírico de la ficción, ante todo debemos aprender su manejo. El resto de elementos ?los diálogos, las descripciones, el ritmo, etc?, aunque muy importantes, son en definitiva secundarios. O mejor dicho, dependientes de los anteriores, de los que se desprenden y en los que encajan.
Pero, por bueno que sea nuestro estilo, por más original el tema que adoptemos, no conseguiremos una buena historia si no delimitamos bien el conflicto que la impulsa, con sus consecuencias y resultado; si no presentamos un juego de fuerzas entre los personajes que nos de una razón para sus actos; y si no construimos un eje causal de acontecimientos que haga de hilo conductor entre el principio y el final de la Historia.