La revolución de un gran cineasta

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Más de 1200 planos rodó en director ruso Sergei Einsenstein para montar su película más famosa y unos de los hitos del cine de todos los tiempos. Y ¡qué planos! porque lo que más impresiona de El acorazado Potemkin, es la magnífica composición de todos los planos, de hecho, me atrevería a afirmar que no tiene un solo plano malo o que no valga la pena.

Basada en un hecho histórico sucedido en 1905 (que en realidad fue un cruzero y la historia fracasa no como en el film donde la revolución triunfa) la película constituye un ejercicio de propaganda comunista desmedido, que en muchos momentos agota al espectador, por su exagerado dramatismo y su hiperbólica violencia y crueldad.

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Muy célebre por la famosa sequencia de la carga del ejército zarista contra la población de Odessa, en las escaleras -originalmente de doscientos escalones- que conectan la parte alta de la ciudad con el puerto. Se trata del momento cumbre del film, y tiene la magia que solo tiene el buen cine, de meternos de lleno en la tragedia, y darnos la sensación de que se para el tiempo. Esto es así debido a que Einsenstein repite planos en que los soldados descienden y entre estos planos van sucediendo pequeños episodios de muertes anónimas. ¡Nunca tardó tanto un batallón de soldados en descender unas escaleras!

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Siguiendo con estas escenas, justamente ilustre es el momento en que muere una madre y el carrito del bebé desciende solo escaleras abajo. La verdad es que se me estremecen las entrañas maternales que diría don Miguel de Unamuno, en San Manuel Bueno Mártir, si no me equivoco.  Este momento ha recibido homenajes en películas de Coppola, Woody Allen, Terry Gillian, etc.

Resulta curioso, sorpendente, que pese a que se rodó en 1926, en blanco y negro y sea una película muda, siga impresionando la fuerza de sus imágenes. Y es que… lo bien hecho, bien parece, que dice el refrán.

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