La idea inspiradora

Para empezar a contar una historia, partimos de algo que nos hace reflexionar sobre la vida y su sentido y, por alguna razón, estas reflexiones nos parecen tan interesantes que queremos compartirlas con los demás.  Sin embargo, la idea originaria que dispara nuestra imaginación a veces no tiene mucho que ver con el resultado final de la narración.  Su función es simplemente despertar lo que está oculto en el interior del autor: sus sentimientos, sus opiniones, sus convicciones e incluso sus obsesiones. Por esa razón, a esta primera idea que determina qué vamos a contar se la llama idea inspiradora.  

La idea inspiradora puede ser cualquier cosa que sugiera algo a un escritor. Puede ser que la idea que llama la atención de un escritor a otro no le diga nada, pero también es cierto que una misma idea puede dar lugar a multitud de historias, tantas como escritores se inspiren  en ella. Toda idea ofrece multitud de posibilidades narrativas y de entre todas ellas cada uno de los escritores escogerá las más significativas de acuerdo con su experiencia e idiosincrasia.     

Imaginemos un hecho que puede servir de idea inspiradora para dos escritores de características opuestas, a los que llamaremos A y B: En una guerra cualquiera un batallón de soldados ha conseguido defender un puesto avanzado en inferioridad de condiciones hasta que llegó el resto de su ejército, cuando sólo quedaba un puñado de supervivientes.   El escritor A, militarista convencido, que hace suyas las palabras “si vis pacem, para bellum”,  la elige porque está impresionado por el valor demostrado por los resistentes. El escritor B, pacifista militante y lleno de fe en la bondad intrínseca de la naturaleza humana, porque está horrorizado por la muerte de tantos hombres. Tanto el uno como el otro, aunque por razones distintas,  empezaran a darle vueltas a misma la idea:   ¿Qué lleva a un hombre a luchar hasta la muerte?  

De acuerdo con su concepción de la guerra, el escritor A basará sus reflexiones sobre la importancia estratégica de la posición y, como resultado, elegirá como protagonista al oficial que intenta mantener la disciplina y la cohesión entre los hombres a su mando, al que se imaginará como un sensato cabeza de familia dispuesto a sacrificar su vida con tal de salvaguardar la seguridad de los suyos, de forma que quizá llegue a la conclusión de que la guerra significa la muerte de muchos hombres buenos. El escritor B, en cambio, estará más interesado en las condiciones de vida de los combatientes y probablemente elegirá a un joven soldado bisoño,  soportando los rigores del clima y de la escasez, enfrentado a la brutalidad del enemigo e incluso de sus propios camaradas,  al que únicamente le sostiene el deseo de volver junto a la chica de la que está enamorado.  Puestas las cosas así, quizá la historia muestre que en la guerra hay que elegir entre morir o matar.   

¿Cuál de las dos versiones se ajusta más a lo que pasó en realidad?   Pues seguramente ninguna de ellas, pero probablemente en las dos haya algo de verdad.  Los soldados son hombres como los demás y entre ellos también hay padres de familia y jóvenes enamorados. Pero eso es indiferente. No estamos haciendo historia  Lo importante, a efectos literarios, es que una misma anécdota real puede dar lugar a dos o más historias ficticias completamente diferentes. Y que, aún partiendo de sus propios parámetros, un autor militarista puede terminar hablando del horror de la guerra y un autor pacifista, de la ferocidad implícita en el instinto de supervivencia.

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