Cuando hablamos de Romanticismo no nos referimos a un estilo donde predomine la alegría, un “mundo de rosas”, ni imágenes pintorescas típicas de parejas que se declaran su amor. El Romanticismo es la expresión máxima de los sentimientos humanos, es la cara oscura del amor, el lado opuesto a la razón, cuando nuestro ser se pierde, cuando nuestro subconsciente se revela, cuando los miedos afloran, cuando la oscuridad predomina.
El Romanticismo nos atrae y nos aleja, nos despierta un morboso interés, nos impresiona porque nos deja ver la fantasía que se encuentra en nuestro interior. William Blake, es un perfecto artista de la expresión de todos estos sentimientos. Era más poeta y místico que pintor, sus cuadros eran Esbozos poéticos (título de uno de sus libros de poesía) o pinturas mentales de su filosofía universal, algo que explica también que lo haya redescubierto la modernidad actual. En su obra aparece repetidamente la figura de Urizen, alegoría del Mal como creador del mundo material; la fantasía y la visión triunfan sobre la moral convencional y sobre la razón. Blake trataba de descubrir y salvar el alma en el caos de la creación material. La obra de Blake Tres parcas, originariamente titulada Hécate y recientemente La noche de la alegría de Enitharmon, refleja ya la diversidad de significados, situados entre la razón y el sueño. Con total independencia, dos años después, en su aguafuerte El sueño de la razón produce monstruos, Goya convocaría desde la oscuridad inquietante de la fantasía a las fantasmales figuras del búho y del murciélago para cuestionar las consecuencias de la razón.
Estamos, así pues, ante un primer movimiento que nos acercará al mundo del subconsciente del surrealismo. Es la primera vez que las pasiones humanas se reflejan tan intensamente en el arte, en un momento en el que se iban apagando las luces de la Ilustración y en el que el ser humano empezó a cuestionar la esencia de su existencia.