La saga de Harry Potter llega a su fin como un idealizado héroe de guerra vuelve a casa: con honor, con destacables servicios prestados y merecedor de todas las condecoraciones posibles, pero también con signos evidentes de agotamiento, y es que 10 años son muchos incluso para la gallina de los huevos de oro más importante de la historia del cine.
Harry Potter ha sido un reto para todos. Los estudios han invertido grandes cantidades en una franquicia literaria potentísima, algo que no siempre ha sido garantía de éxito, sobreviviendo a las urgencias del calendario, a los cambios de director e incluso a pérdidas más importantes, como el fallecimiento de Richard Harris, el primer actor que encarnó a Dumbledore. Los actores han tenido que condicionar sus carreras y, por que no decirlo, sus vidas por unos personajes que arrastrarán el resto de sus vidas, han crecido con ellos y entre el público, que es muy acomodado, pocos recordarán que Emma Watson o Rupert Grint son los nombres reales de los chicos que ponen cara a Hermione Granger y Ron Weasley. Pero el que se lleva el pato es Daniel Radcliffe, Harry Potter de por vida aunque él se cansó de serlo tras la tercera entrega y la desidia en su interpretación haya sido el gran lastre de la saga desde entonces.
Y tenemos que quedarnos con este concepto, el de saga. Harry Potter no es una serie de ocho películas, es una sola película, una de irrealizable en tan solo un rodaje y en un producto final de 2 o 3 horas porque exige una evolución, un desgaste y una maduración progresiva de todos los implicados en ella. Por esto los críticos nos equivocamos hablando de ellas por separado, porque lo que hemos visto hasta ahora era un corpus inacabado, el más grande de la historia del cine y puede que el primero de varios visto el éxito que ha cosechado. Era muy fácil hablar de la creciente oscuridad de cada una de las partes sin saber o sin tener en cuenta que el final es la cosa más blanca y feliz del mundo, de la misma forma que me tendría que flagelar si dijera que Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (II) se estira en su final, porque ¿cómo puede ser largo y soso un final de 50 minutos cuando llevamos más de 960 de película? El problema es que la entrega por fascículos no contempla los vacíos en la memoria ni la concepción de que cuando nos sentamos en una platea siempre esperamos ver un producto acabado. En este sentido son muy locuaces los flashbacks reveladores y los recordatorios más o menos sutiles que van refrescando los puntos importantes que hay que recordar para no perderse en un final muy poco épico dada la magnitud de lo que lo precede.
No obstante, toda la saga como unidad tiene un empaque muy sólido, sólo con algunos altibajos olvidables cuando se ven en perspectiva. Queda un poco la sensación de que al fin y al cabo el famoso Harry Potter es un héroe pasivo dado que siempre va a remolque, se ve arrastrado por las situaciones y prácticamente nunca sabe por sí solo lo que tiene que hacer. El resto de personajes, objetos mágicos, embrujos y demás resultan demasiado oportunos para que las cosas se solucionen con la misma facilidad que con la que se complican, creando falsas situaciones límite que se resuelven antes de llegar a cuajar. Por esto las ocho películas acaban siendo parecidas, todas son correctas y entretenidas, pero ninguna es ni de lejos extraordinaria. Lo que decía: la saga, el corpus.
Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (II) pone fin a un ciclo, a uno muy grande. Hay un par de generaciones que han crecido junto a Harry Potter, unos con el de las novelas y otros con el del cine, Warner Bros tendrá que buscarse un sustituto que de el mismo rendimiento comercial (¿habrá llegado el momento de los superhéroes de DC y la Liga de la Justicia?) y J. K. Rowling ha visto cumplido un sueño que ni se imaginaba, por lo que no es de extrañar que cada vez parezca menos firme en su idea de dar por finiquitadas las aventuras del joven mago que al final no es tan joven y no tiene pinta de estar por correr muchas aventuras más. De todos modos, de la misma manera que la varita elige al mago, será el tiempo, la demanda popular, las ganas de la autora y sus bolsillos haciendo el amago de empezar a sonar vacíos los que dictarán si Harry Potter acaba regresando.