No es casualidad, sin duda, que este poemario haya ganado el Premio de Poesía Joven Félix Grande; no lo imagino ganando otro, por ejemplo, el Visor, que suele nutrirse de poesía más limpia y tibia.
Como Félix Grande –magnífico poeta que da nombre al premio- también Jose Iván Sánchez echa mano de una poesía que muerde y ensucia al paso. Una poesía rural, cruda y sin pliegues, reseca y hambrienta. Pero la virtud de la poesía es hallar belleza en lugares –o personas, o paisajes- que aparentemente carecen de ella.
Y eso lo consigue Sánchez con creces. Inventa –o recuerda, quizá- un personaje, imaginamos que de su tierra, y, poema a poema, le siembra toda una historia; amor y desamor incluidos, deseos insatisfechos, o acaso desconocidos, y carencias muchas. El poemario despliega una iconografía rica y muy propia, que huye de pausas, comas y puntos… el autor tendrá seguramente su porqué, aunque a mí no me queda claro. En cualquier caso, un poemario sobresaliente que rezuma sensaciones, olores y late con voz propia.
Por cierto: “gnomon” es el nombre de la aguja –inamovible y solitaria- de los relojes de sol. Lo digo por si os surgió la curiosidad, como a mí.