El Arrebato de Iván Zulueta

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En 1980 se estrena la película maldita de Iván Zulueta: Arrebato. Pensaba el director que cuando las productoras la vieran le darían trabajo como realizador de cine de género y mira tu por donde pasó lo contrario; ni le dieron apenas trabajo, ni fue considerado nunca un director de género sino de cine de autor.

La película en sí es un canto de amor al cine, un poema romántico y genial de un realizador que amaba el arte cinematográfico como pocos, y que, en gran medida, se autorretrataba en los dos personajes masculinos protagonistas que interpretan Eusebio Poncela y Will More. Por supuesto, también es una metáfora global en que se toma al acto de filmar como un viaje a través de la heroína, la cocaína, a las cuales son adictos los personajes -el director- y el momento de éxtasis en que entra la droga en el cuerpo y comienza a hacer efecto.

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En plena movida nacional, madrileña, no hay film que mejor refleje el sentir de una época que se acababa -la hippy- y otra que empezaba -la punk- es decir, los sueños optimistas de paz y amor devorados por el nihilismo y pesimismo autodestructivos. Hasta tal punto creo que es así que, como documento, me atrevería a decir que Arrebato vale por toda la filmografía de Pedro Almodóvar de aquella época. Por cierto que el director manchego pone voz a Helena Fernán Gómez en el doblaje del film; porque hubo de doblarse parte, ya que al acabarse el reducido presupuesto, el equipo que llevaba el sonido se fue.
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Se rodó en tres escenarios nada más, tres casas, y prácticamente con tres actores, que son los que llevan el peso de la historia. Este minimalismo económico, que no de intenciones, hace que la historia se vuelva obsesiva y extraña, cruda y sin tapujos, y curiosamente, una mezcla entre cine experimental y de terror (no hay más que escuchar la banda sonora) que funciona y resulta única en el cine.

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El trío protagonista: Cecilia Roth, Eusebio Poncela y Will More trasciende lo correcto para entrar en los pagos de lo sobresaliente en un guión lento, que te va arrastrando hacia el punto culminante en el que la nada, lo intrascendente, se convierte en el todo, la inmortalidad. Nada menos.