El mundo Dadá

Es probable que muchos de los lectores que estén leyendo este artículo hayan pensando o reflexionado alguna vez sobre el problema del arte contemporáneo de nuestros días. Todos sabemos sobre la existencia de diferentes estilos artísticos que se han sucedido a lo largo de la historia; con una obra clásica o barroca no se pone en duda si se debe considerar arte o no, ya sea por su valor histórico o técnico. Es curioso que, aunque existan obras de otras épocas que no nos gusten o no nos provoquen placer, no nos indignamos al observarlas, ya que apreciamos la labor del artista. Entonces, ¿es posible que sigamos otorgando el valor artístico a la técnica, a un “trabajo bien hecho”, al uso de la razón? Para entender un poco nuestro tiempo, nuestros propios prejuicios, nuestra idea de arte — que parece que la tenemos clara, pero que nos cuesta tanto definir — no hay nada como retroceder en el tiempo y encontrar el punto de origen: el dadaísmo.

Entre 1916 y 1923, en plena I Guerra Mundial, surge un grupo revolucionario que cambiará el concepto de arte hasta nuestros días. La primera obra dadaísta por excelencia que nos viene a la mente es sin duda la Fuente de Duchamp —  ¡Qué gran escándalo! ¡Qué descaro! ¡Un urinario! — No se les puede reprochar a los espectadores esta reacción, que duró desde el momento en el que la obra se expuso hasta nuestra época.  Pero, parémonos por un momento y pensemos: ¿acaso Duchamp pretendía conseguir halagos y reconocimiento de artista? ¿Pretendía el dadaísmo ser analizado e interpretado de las misma forma que se experimentan obras antiguas?  Está claro que no. El dadaísmo busca precisamente lo contrario; buscan impactar con ironía, golpear al espectador, provocar risa, provocar espanto, anular todo concepto de arte hasta esa época establecido, buscan la burla, el “mal gusto”, lo infantil, lo cómico, lo anormal, lo incoherente, romper tabús, romper reglas ¡romper con todo!

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Los dadaístas, inmersos en el pesimismo de la guerra, de una sociedad degenerada, sistemática, mecanizada, dominada por la cultura del odio, del poder… decidieron sublevarse a través de la reivindicación de los aspectos del ser humano más primitivos; utilizaron la terapia de choque: intentar romper una cultura degenerada con arte degenerado, que ya ni buscaba ser arte, era simplemente Dadá: el sinsentido, la nada. ¿Acaso no es digno de valorar que hubiera gente dispuesta a luchar contra su propia sociedad utilizando elementos artísticos y conseguir así despertar al espectador del sinsentido real de su situación? No hay acción más noble que combatir el dolor con la risa, sobreponerse a la catástrofe y encontrar el poder de la ironía.

En una cita de Huelsenbeck, miembro dadaísta, no podría quedar más claro: “El dadaísmo es el primer estilo que no sirve de reflejo estético de la vida, por cuanto descuartiza todos los clichés de la ética, la cultura y la espiritualidad, que no son sino el disfraz de la debilidad”.

Sumergiéndonos en el mundo Dadá, miremos con atención otra famosa obra de Duchamp, L. H. O. O. Q. No comprendemos a una primera vista, quizá, el título de la obra, pero sin duda alguna es la Mona Lisa con bigote y barbilla. No pensemos mal, no se trata de una falta de respeto, Leonardo no se estará revolviendo en su tumba; reíd, simplemente reíd ante tal acto infantil y, si aún por encima, desciframos el título leyendo las letras en francés, se pronunciaría algo así como “Elle a chaud au cul” (Ella tiene el culo caliente), más ridícula y graciosa queda nuestra encantadora Mona de sutil sonrisa.

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Hemos comprendido así el espíritu Dadá. Sin embargo, que el dadaísmo haya cambiado el concepto de arte, que usara objetos cotidianos descontextualizándolos, que utilizara la “nada” para cambiarlo todo, tenía su razón de ser. El hecho de que el dadaísmo durara tan poco se basa en que la sociedad se fue acostumbrando a tales provocaciones, de modo que éstas perdieron pronto su eficacia. De esta manera, el dadaísmo dejó de tener sentido, pues su principal fundamento estaba en la reacción del espectador. Por lo tanto, en nuestra época, el arte que intenta buscar un modelo dadaísta, no está ni lo más cerca de ser original, es más, en numerosos casos la obra no tiene ninguna filosofía detrás, es simple nihilismo, la nada absoluta. Sin embargo, un aspecto a tener en cuenta, es que las obras de arte contemporáneo expuestas en museos necesitan de su explicación: textos especializados, vídeos, música… no un simple título donde no podemos analizar el concepto que hay detrás, que es precisamente donde se encuentra el valor artístico.

Así, gracias al análisis del mundo Dadá, comprendemos el porqué del cambio rotundo de las obras artísticas que a partir de entonces se iniciaron, valoramos sus hazañas y participamos en su juego, admiramos su descaro dado en una sociedad no muy diferente a la nuestra y comprendemos la posible causa del rechazo general del arte de nuestro tiempo.

 

“Libertad: DADA, DADA, DADA, aullido de colores encrespados, encuentro de todos los contrarios y de todas las contradicciones, de todo motivo grotesco, de toda incoherencia: la vida.” Manifiesto Dadaísta.

 

 

 

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