‘XP3D’, experimenta la vergüenza en 3D

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Si en algo destaca el cine de terror por encima de los otros géneros es en su extrema codificación y en su estructura de plantilla en cuanto a elementos, arquetipos de personajes, tipologías de escenarios, situaciones ineludibles e incluso resoluciones estándar. Este contrato no escrito entre una obra y su público implica honestidad por parte de los creadores y entrega por parte del espectador, fiel a una fórmula y sabedor de que la innovación no está invitada a la fiesta.

XP3D pone todos los ingredientes sobre la mesa para que el divertimento funcione como tal, pero hay una confusión teórica de fondo que provoca que el primer asesinato no sea el de un personaje, sino la propia película. Y esto que el planteamiento es interesante, un sencillo truco de manipulación mental que se convierte en la catarsis del horror y que abre un abanico de posibilidades y engaños para provocar el suspense durante la película, pero del thriller psicológico con tintes de horror saltamos al subgénero de terror paranormal para luego derivar en el slasher más tosco, de la sugestión a la evidencia, del suspense al trash y la honestidad al río.

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Por culpa de no ir a saco con lo fácil y hacerlo como viene en el manual, XP3D acaba siendo un refrito de géneros cuya coherencia interna tiembla cada vez que aparece información nueva y que se derrumba cuando intenta justificarse al final. La dirección excesivamente impersonal del debutante (en un largo) Sergi Vizcaíno no aporta un valor añadido al film, a pesar de que la localización del pueblo minero abandonado es muy atractiva y el uso atmosférico del 3D tiene su punto perturbador en más de una escena.

Sin embargo lo peor no es lo inverosímil de la historia, sino las actuaciones de esta muestra de la preocupante cantera televisiva de Globomedia que ahora amenaza con invadir el cine. Es terrorífico el individualismo con el que todos ellos afrontan sus papeles, vomitando sus frases e interactuando con los demás la misma rigidez que los títeres de madera. Sólo Alba Ribas, sin duda la nota positiva de la película, y Úrsula Corberó salvan los muebles por su interiorización de los papeles y por su trabajo en el gesto, pero los chicos (especialmente vergonzoso es lo de Maxi Iglesias y su rol de tío gracioso) definitivamente se quedan en macarrillas de polígono cuyo único papel protagonista debería ser en los sueños eróticos de las adolescentes.

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