‘Los Niños Salvajes’, la combustión espontanea no existe

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En el libro “De Caligari a Hitler”, Sigfreid Kracauer psicoanaliza el cine alemán realizado durante la prolífica etapa del expresionismo entre el año 1919, con el estreno de El Gabinete del Dr. Caligari hasta 1933, año de la subida al poder de Adolf Hitler. En su ensayo va descifrando con minucioso detalle los síntomas del nazismo que van aflorando en la sociedad y la cultura alemanas a lo largo de los años veinte, y que quedaron registrados con evidencias ocultas entre líneas en el legado cinematográfico de la época. El trabajo de Kracauer es un referente ineludible de análisis crítico que, como todo análisis, es un proceso de revisión de sucesos pasados.

Con La Cinta Blanca, Michael Haneke hace un ejercicio similar a través del propio cine, obviando el fondo documental, planteando una ficción opaca, gélida y sombría focalizada en los detalles mínimos, puesto que la acción se reduce a crímenes escondidos y susurros detrás de las paredes. Haneke impone una mirada fija en las raíces de una generación que por culpa de una educación basada en el castigo y la represión iría acumulando un odio que 20 años después estallaría en el nazismo.

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Al igual que Haneke, Patricia Ferreria construye el castillo de naipes que es Los Niños Salvajes (Els Nens Salvatges) en este vasto trecho que muchas veces hay entre la causa y la consecuencia. Con una hábil maniobra narrativa, la película desde el principio anuncia un suceso trágico del que no conocemos hasta el final, pero el conocimiento de su existencia, así como el suspense y la expectativa generadas a su alrededor, son suficientes para que una película instalada en la estricta normalidad de la vida cotidiana destile relato por los cuatro costados.

Patricia Ferreira hace gala de su formación periodística para estructurar y desarrollar el discurso con precisión quirúrgica y llenarlo de verdad a través de un elenco de personajes muy bien definidos y una coherencia casi objetiva, hasta el punto de que su retrato de la vida familiar y escolar llega a ser extraordinariamente identificable. La vocación documental del tono de Los Niños Salvajes y el desconocimiento de la gran catarsis hacen que sea una película parecida a La Cinta Blanca –obviamente salvando el abismo estilístico que las separa– porque narra la gestación de una explosión salvaje provocada por la acumulación de pequeñas acciones aparentemente aisladas y detalles minúsculos que desembocan en la gran pregunta, un “¿por qué?” con infinitas respuestas para un acto sin culpables únicos, que trasciende esta película alérgica a las verdades últimas.

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