Hay una contradicción de serie en Chronicle, y es el hecho de apostar por el found-footage para luego hacer auténticos malabares para romper las limitaciones del formato con tal de acercarse a la narrativa convencional y, por tanto, despersonalizar la premisa -de por sí significativa- de documentar la acción desde un punto de vista subjetivo. Por esto, y aunque el dispendio de acción del último acto es realmente espectacular, cuando la película respira novedad es durante una primera mitad de auténtico cine-experiencia que nos acerca al género de superhéroes de una forma inédita.
A diferencia de otras películas de superhéroes crepusculares (como Hancock, Kick-Ass, Super o la serie Misfits), Chronicle quita de la ecuación toda la mitología preexistente de superhéroes y, por tanto, las pautas de actuación “establecidas” para neófitos en cuanto al uso responsable de los súper poderes recién adquiridos.
Los tres protagonistas son unos jóvenes cualquiera, sin aspiraciones de salvar el mundo, y utilizan sus nuevos poderes telequinéticos con la inocencia de unos adolescentes, con problemas de adolescentes, que todavía tienen que encajar en el mundo de las responsabilidades adultas. De esta forma, sus habilidades se convierten en un instrumento de adaptación (como pueden serlo la inteligencia o el talento para el deporte) que, lejos de cambiarles, acentúa o despierta los recovecos de su carácter.
Así, de una forma tan natural y reconocible, los caminos hacia el héroe y el villano encuentran un origen común en una historia de drama juvenil y el relato mítico de cómo una persona normal adquiere la posibilidad de ser alguien extraordinario se convierte en una película sobre seres humanos aislados que sólo quieren ser gente normal.