El sector eléctrico ha experimentado uno de los cambios más significativos en las últimas décadas gracias a la irrupción de las energías renovables. Estas fuentes limpias no solo han transformado la forma en la que se genera electricidad en Europa, sino que también han modificado el mix energético y han impuesto la necesidad de adaptar tanto el mercado eléctrico como la infraestructura de la red.
A partir de los años 2000, diversos países europeos, entre ellos España y Alemania, comenzaron a incentivar la instalación de energías renovables, como la eólica y la solar, con el objetivo de reducir las emisiones de CO2, disminuir la dependencia de combustibles fósiles importados y cumplir con los compromisos medioambientales internacionales. Para lograrlo, los gobiernos implementaron sistemas de apoyo que incluían primas a la producción, tarifas reguladas garantizadas durante un tiempo, subvenciones a la inversión y subastas de capacidad renovable.
En este contexto, la energía eólica fue la primera en alcanzar un desarrollo significativo a gran escala. Su madurez tecnológica, los costes relativamente bajos en comparación con otras fuentes renovables y la disponibilidad de recursos en ciertas regiones propiciaron la instalación de miles de aerogeneradores, conviertiendo a España en uno de los líderes mundiales en potencia eólica, junto con países como Alemania, Dinamarca y Estados Unidos. Las condiciones geográficas del país favorecieron este crecimiento, especialmente en llanuras, áreas montañosas y zonas costeras.
Por su parte, la energía solar fotovoltaica, a pesar de iniciar su trayectoria con un coste elevado, ha experimentado una evolución impresionante. La mejora en la eficiencia de los paneles y el aumento de la producción mundial, especialmente en China, han permitido una reducción de más del 80% en su coste desde 2010. Esto ha facilitado su despliegue tanto en grandes plantas como en instalaciones de autoconsumo en hogares y empresas, convirtiéndose en una de las tecnologías más competitivas del mercado actual.
Los recientes avances regulatorios y la disminución de costes han propiciado el surgimiento de nuevos modelos energéticos, como el autoconsumo y las comunidades energéticas. Estas permiten a ciudadanos y empresas producir y gestionar su propia electricidad, democratizando el acceso a la energía limpia y fomentando la cohesión social y económica local.
Sin embargo, la integración de las energías renovables en el mercado eléctrico no ha estado exenta de retos. Inicialmente, estas fuentes no participaban directamente en el mercado, dado que operaban bajo tarifas fijas garantizadas. No obstante, con el tiempo, las nuevas instalaciones han comenzado a competir en igualdad de condiciones con tecnologías más tradicionales. Actualmente, muchos proyectos se financian mediante contratos a largo plazo (Power Purchase Agreements, PPA), lo que añade estabilidad tanto para productores como para inversores.
A pesar de su crecimiento, las energías renovables presentan desafíos técnicos y de gestión. Su intermitencia, derivada de la variabilidad de la producción solar y eólica, requiere del desarrollo de sistemas de almacenamiento energético, como baterías o recursos de bombeo hidráulico, para poder utilizar la energía generada en momentos de baja producción. Además, la participación activa de autoconsumidores y comunidades energéticas hace indispensable el refuerzo de las redes eléctricas y la digitalización del sistema, elementos cruciales para lograr un sistema eléctrico que sea 100% renovable, fiable y seguro.
Esta situación representa un panorama en continuo cambio en el ámbito energético europeo, en el que las proyecciones y análisis de expertos como AleaSoft Energy Forecasting se vuelven indispensables para la financiación de proyectos de energía renovable y almacenamiento, además de la valoración de activos y la formulación de estrategias de cobertura.





