A todos los que el presente vieren y entendieren

     Son el instrumento del cual nos valemos aquellos a quienes nos gusta escribir. Nuestros aperos de labranza. Por ello, encontrar palabras nuevas supone uno de los mayores placeres del literato.

     Aquí os regalo una: Jalde; según el Diccionario de la RAE «amarillo subido».  La hallé «buceando» en un texto de Ángel de Saavedra, Duque de Rivas; una Égloga titulada Adelfa. En uno de sus versos dice el poeta: «morados lirios, jaldes alhelíes».

    A todos los que el presente vieren y entendieren 5 Y si, aficionados a la literatura como sé que sois, os gusta rastrear por nuestro maravilloso castellano en busca de nuevos términos os propongo en este artículo de hoy sumergiros en uno de los lenguajes más «peculiares» que os podéis encontrar: el lenguaje jurídico.

     Así, a primera vista, podría pareceros -os parecerá sin duda- un lenguaje árido, abstruso (bonito «palabro» también); con sus latinajos -in dubio pro reo, iocandi causa- y su enrevesamiento -veáse cualquier artículo del Reglamento Hipotecario que es el texto que nos recomendaba un catedrático de Derecho Civil para solucionar nuestros problemas de insomnio-.

     Sin embargo, si os acercáis a él con la actitud del aventurero, ávidos de nuevas y emocionantes experiencias, podéis encontrar agradables sorpresas.

     ¿Qué os parece esta frase? «Le parará el perjuicio a que hubiere lugar en derecho» (es decir, le causará el perjuicio que está previsto en la ley). No me digáis que no tiene musicalidad este apercibimiento. Maravilloso el arcaísmo del verbo parar – «..que el sol morena te para..» decía Gaspar Gil Polo en su poema Canción de Nerea-. ¿Y la utilización del futuro imperfecto -«hubiere lugar»- tan frecuente en este tipo de lenguaje? (todavía se encabezan las leyes con esta expresión: «A todos los que la presente vieren y entendieren«).

     ¿Qué me decís del verbo proveer -sí, con dos «es»- y de su resultado: la providencia o el proveído (un tipo de resolución judicial, «menos importante» que la sentencia, que no entra en el fondo del asunto, por decirlo de algún modo). Pues sí, además de la providencia divina está la providencia judicial (¿cómo resistirse a la comparación entre Dios y los Jueces?)

     ¿Sabéis que en el proceso judicial a la parte que interpone la demanda se le llama actor, si es hombre, pero si es mujer no se le llama actriz, sino actora? Curioso ¿verdad?. Aunque peor lo tiene aquel a quien le endosan una letra de cambio. A este se le llama tenedor. Sí, igual que al cubierto con el que nos comemos la carne. «Yo soy el tenedor…» ¿No sería este heptasílabo un buen comienzo para un poema? -por cierto, que si «peculiar» es el lenguaje jurídico, el lenguaje cambiario como especialidad del primero, es ya lo más de lo más (en él podemos encontrar, v.g., la letra de resaca, entre otras lindezas).

     Y qué decir de las contradicciones. He tramitado yo algún Sumario (como sabéis el adjetivo sumario significa breve o sucinto) que duró más de cinco años y algún que otro Procedimiento Abreviado compuesto de cuarenta o cincuenta tomos y al que aún no se le ve el final.

     Y ya si nos metemos en el terreno escatológico…

     «La parte evacuó el trámite». No suena muy bien ¿verdad? Ahora, que mucho peor suena esto otro: » El testigo depuso durante dos horas»… y todo el Tribunal, magistrados, secretario, abogados, fiscal, actor, demandado y público de la Sala asistiendo impertérritos a tan prolongada deposición. ¿Qué fuerte, no?

     Bueno amigos, como diría Su Señoría Ilustrísima (el tratamiento de los jueces y toda la solemnidad de que se revisten o son revestidos merece un capítulo aparte): «Se levanta la sesión«. Quede este artículo visto para sentencia. La vuestra. Sed indulgentes con el reo. Hasta pronto.         

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