Mi ausencia en estos dos últimos meses ha sido bastante ajetreada, los viajes que tenía programados a varios países han sido muy seguidos, sólo una breve escala en mi patria chica, Sevilla, para descansar un poco y continuar hacia un nuevo rumbo. La ausencia en este blog espero recompensarla y a mis seguidores intentaré complacerles con mis nuevas experiencias y aventuras como viajera.
En este regreso, el recibimiento ha sido espectacular, dejé a mi ciudad inmersa en una loca climatología, borrascas tras borrascas, lluvias, frío y un cielo plomizo que nos cubría desde hacía meses. Ahora, a mi vuelta, la ansiada primavera ha llegado y Sevilla brilla, como decimos por aquí: “Con esa luz tan especial. Ya huele a Semana Santa”.
Semana Santa, días especiales para los sevillanos. Me obligo a hacer un alto en el camino. En los lugares visitados he paseado y, también, disfrutado por sus calles, callejuelas y plazas, pero aquí es diferente, diría que, es único. Nunca apreciamos lo que tenemos, hasta que se sale fuera de nuestro “terruño”. En muchas de nuestras calles lucen hileras de naranjos, ahora cuajados de azahar y una alfombra de pequeños pétalos blancos cubre sus aceras y los alcorques, como singulares fuentes, rebosan como blanca espuma de mar.
Durante el año, existen gente camufladas entre bambalinas, personas que permanecen en el anonimato: restauradores, plateros, escultores imagineros, artesanos que se dedican al Arte Sacro, bordadoras, talleres de costura; otros, que forman una gran familia se llaman hermanos, también los capillitas tienen su misión. Se celebran cabildos, elecciones, quinarios, septenarios, funciones principales, traslados, vías crucis, dedicación al culto de las respectivas imágenes de ferviente advocación. Todo quedó atrás. Ha pasado el tiempo de cuaresma, las hermandades ya están preparando sus salidas procesionales. La Primavera, como siempre, ofrece un lugar: Sevilla, como puerta de entrada a la semana grande, engalanándola con azahares, por techo un cielo azul y como luz el astro Sol. La madrugada del Jueves Santo la Luna llena iluminará las calles con sus plateados rayos. Sevilla, como siempre agradecida, acepta. Como broche a este anual acontecimiento, se celebró el Pregón de la Semana Santa año 2.010, un hijo de nuestra tierra, por nombre Antonio Garcia Barbeito, periodista, escritor y poeta, con palabras expresadas con el corazón el pregón nos dedicó.
No puede verbalizarse; respirar esta especial fragancia de la flor de azahar, que nos envuelve hasta embriagarnos y, cuando despertamos de este fascinante letargo, ya pasaron esos días en que las saetas sesgaron el aire, se apagaron los pabilos de la cera, el aroma del incienso se evaporó y reina el silencio de las marchas procesionales. Todo un ritual, para dar paso al embrujo que rompe este silencio con las alegres notas de la guitarra y el cante por sevillanas acompañando el son con las palmas al compás. Así comienza la inigualable Feria de Abril. La idiosincrasia de este lugar, situado en una esquinita del mundo.
Mañanas abrileñas, en las que se da cita el vasto colorido fugado de la paleta de un pintor. La alegría, la gracia y el tronío hacen acto de presencia. Los carruajes de caballos, según sus diferentes denominaciones, enganchados a la calesera, a tronco, a la cuarta y a la media potencia, enjaezados con los inconfundibles arreos, impecable el dorado de sus herrajes, adornados con borlares y los alegres tintineos de los cascabeles. La belleza de sus mujeres ataviadas con sus trajes de gitana, adornando su cabeza con peinetas y flores, en sus ágiles manos, como aleteos de paloma, repiquetean las castañuelas y las palabras surgen con música de sevillanas. Los jinetes, luciendo su traje campero, zahones de cuero y sombrero de ala ancha, se cruzan en el paseo entre los carruajes, mostrando orgulloso la doma de su montura. La mujer también ocupa un lugar preferente en este paseo matinal, mostrando sus habilidades como amazonas, luciendo una elegante vestimenta reminiscencia de una moda ya pasada. Los pequeños y adolescentes, también participan en un alarde de seguir las tradiciones de la tierra.
A media tarde, los aficionados a la Fiesta Nacional y foráneos que nos visitan, comienzan el espectacular paseo desde la Feria al coso. Bordeando el Río Guadalquivir, en el último tramo se alza la Torre del Oro, fiel vigía, que da la bienvenida al lugar donde se celebran las corridas de toros: Plaza de la Real Maestranza, quizá de las más antiguas de España, emblemático monumento. Tal vez, el ambiente que se genera antes de la corrida es ya un disfrute para el aficionado y para el espectador que asiste desde el otro lado de “la barrera”.
En el interior, la bullanga resuena en los graderíos, el pregón “al rico helado” se confunde con el “agüita fresca”, un ir, venir, sube, baja de las gradas al gentío revoluciona. El humo de los puros habanos, como una blanca nube se eleva escapando de lo que se avecina. El reloj, que cuelga en uno de los arquillos, parece que frena a las manecillas en su recorrido hacia el punto del inicio. Mientras tanto, se puede disfrutar de una espectacular panorámica desde sus gradas, balconcillos, arcadas y al fondo, con timidez, se asoman la Giralda y la Catedral Metropolitana. El ruedo cubierto de amarillo albero, prisionero por el doble anillo rojo que le encierra, el que siempre intentó desafiar a la circunferencia, sin conseguirlo. El tiempo es el justo para dar comienzo al paseíllo de los toreros. El silencio, omnipresente en las tardes de toreo, aparece en la media luna del ruedo.
El colorido sin par de la inigualable Feria de Abril y la magnificencia de la Semana Santa, acontecimientos contradictorios que se celebran con un intervalo de una o dos semanas, dependiendo de las fases lunares, guía por la que se rige la Iglesia, y que los sevillanos siempre esperamos con impaciencia e ilusiones.
Azahar y clavel reventón, flores que los sevillanos hemos unido en una pareja sin igual, más bien, la consideramos como nuestras flores señeras que anuncian las Fiestas de Primavera.
A la vuelta de la esquina, nos esperan los días de Mayo, inmaculados, llenos de candor, de flores a María, blancas mariposas se pasearán por nuestras calles y gorrioncillos con plumaje azulino y blanco les acompañarán en ese día que, según la tradición: “Nunca olvidarán en su vida”.
Así es mi Sevilla.