Todas las soledades de un invernadero

“Todas las noches de un día”, de Alberto Conejero, dirigida por Luis Duque e interpretada por Ana Torrent y Carmelo Gómez.

Esas cárceles que llevamos siempre encima que nos mantienen prisioneros de cuerpo y de alma. Cárceles sin paredes que se convierten en refugio de soledades. Soledad del que viajó mucho y soledad del que apena se movió unos pasos de donde nació.

Carmelo Gómez y Ana Torrent solos sobre el escenario. Una pared para cada uno. Y el mundo observando inquisitorial desde las dos paredes de esa cárcel social en la que todos estamos presos. Dos personajes que nos aturden desde el primer momento, como si sólo fueran parte de nuestro interior.

“Todas las noches de un día”, de Alberto Conejero, con dirección de Luis Duque en una obra que quiere ser poesía delicada y se convierte en puñalada. La confusión y el aturdimiento que produce la obra se recompone cuando después de caído el telón regresas al principio rememorando los pequeños detalles. Cómo en las grandes tragedias, un Deus Ex Machina final, que no desvelaremos, nos ofrece una pequeña puerta de salida. Sólo entonces somos capaces de colocar cada pieza en su espacio temporal y seguir el rastro de las migas que nos dejó Conejero en el camino. Vestido rojo de recuerdos, que se convierte en vaporoso y huidizo cuando ya es presente confuso. Conversaciones mezcladas con tocadiscos al fondo. Numeración aleatoria de las páginas para acentuar la confusión.

Dos actores que se apoderan las de las tablas y que arrastran su inevitable pasado como si esta obra fuera una terrible conclusión a tantos personajes representados. Es inevitable evocar La Colmena o al joven tosco que nos trae aromas de aquella claustrofobia al aire libre de “Vacas” de Julio Medem. Completamos la historia de Silvia, la dueña de la casa, y la del jardinero Samuel con nuestros propios recuerdos. Mezclamos lo dicho con lo imaginado en nuestra mente, fusionando invernaderos ya visitados. Por momentos, podemos cambiar el nombre de Silvia por el de Eloísa y su vestido rojo nos conduce inevitablemente a un almendro que en esta ocasión troca flores por púas.

Ana Torrent es la señora de esta casa que, cual Penélope contemporánea, espera que Ulises regrese de Troya, aunque en esta ocasión ni Penélope sea llame Penélope, ni Ulises tenga nombre y que a nadie le importa ya que vuelva.

Carmelo Gómez que habita la piel de un jardinero, más que nunca fiel, que tiene sólo por certeza que la esperanza es la más terrible de las cadenas. Un muchacho eterno que remarca el acento de las gentes de las tierras de Sahagún, para traernos al escenario esas voces del mercadillo de los sábados de la villa leonesa. Gente noble que, como sus casas, no se derrumba nunca, sino que se deshace poco a poco como el adobe.

Texto: José An. Montero
Fotografía: Pentación Espectáculos

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