Philip Marlowe («Felipe Marlou» escuché una vez en algún doblaje cinematográfico infame), saca su botella de whisky y se la «echa al coleto» (bueno, sólo la mitad, que está de servicio). Tiene un difícil caso entre manos (chantaje, pornografía -por aquí ha empezado la cosa-) y necesita la ayuda del líquido elemento para aclarar sus ideas.
Solitario, duro y honrado -«dolorosamente honrado«-, este detective de Los Ángeles protagoniza la primera novela que salió de la pluma de Raymond Chandler, otro de los maestros del género negro, digno continuador de Dashiell Hammet, al que me referí en mi anterior reseña.
The Big Sleep (o El Sueño Eterno, como se tituló en España) sitúa a este perspicaz «sabueso» en la cara más sórdida de la ciudad californiana, rodeado de millonarios excéntricos, mafiosos sin escrúpulos, policías no demasiado honestos -«todo lo honesto que cabe esperar de un hombre que vive en un mundo donde eso ya no se lleva«-, chantajistas de poca monta, fríos asesinos a sueldo y demás «fauna» curiosa y variopinta. Frente a ellos, Marlowe -«grande, rápido, duro y lleno de espinas«- trata de desarrollar su trabajo lo mejor que puede, jugándose la cabeza «por veinticinco dólares al día, más gastos«.
Frente al estilo seco, directo y contundente de Hammett (sus relatos podrían compararse a un puñetazo en el estómago que te deja sin aire), Chandler opone, quizá fruto de la educación clásica que recibió durante su estancia en Inglaterra, una escritura más «literaria» -y perdonen la redundancia-, un mayor cuidado y detenimiento en la descripción -de escenarios, de personajes-, y una búsqueda de la belleza formal, de la belleza a través del lenguaje, que es menos evidente en su antecesor.
Veamos algunos ejemplos de buena literatura:
» Me obsequió con una de esas sonrisas que los labios han olvidado antes de que lleguen a los ojos«.
» El techo, más que alto era remoto»
» La boca se le abrió y el pitillo se le quedó colgando de la comisura como por arte de magia, como si le hubiera crecido allí »
Además, la crítica a las instituciones es también más explícita en Chandler. De sus dardos no se escapan ni la Prensa («Los tres relatos de lo sucedido estaban tan cerca de la verdad como cabe esperar de la prensa: tan cerca como de Marte a Saturno«); ni la Policía («Dígaselo a sus muchachos la próxima vez que acaben a tiros con un ladronzuelo de poca monta que escapa por un callejón después de robar una rueda de repuesto«); ni el Sistema Legal (crudísima la descripción que realiza Marlowe de la muerte de un preso en la cámara de gas, para terminar diciendo: «Y eso es lo que en nuestro Estado llaman ahora muerte humanitaria«).
En lo que sí coinciden ambos maestros -por ejemplo- es en la consideración del género fémenino que tienen los protagonistas de sus novelas. «Se puede tener resaca con cosas distintas del alcohol. Resaca de mujeres. Las mujeres me ponían enfermo«. Marlowe dixit. Sin comentarios.
¡Ah!, otra cosa en la que coincidían estos dos magníficos novelistas: su afición por el whisky. (Ahora que están tan de moda los «cursos» y «escuelas de escritores», se me figura asignatura imprescindible una que se podría titular algo así como: «Whisky, absenta, bourbon y otros estimulantes del genio literario»).
No voy a ser yo quien termine esta reseña. Le dejo el sitio a Chandler que lo hace bastante mejor. Capítulo 25 de The Big Sleep, último párrafo:
«Pensé sobre aquel asunto casi todo el día. Nadie apareció por el despacho. Nadie me llamó por teléfono. Y siguió lloviendo«.