‘Super 8’, pasión cinéfila y promesas cumplidas

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Creo que a todos los que nos gusta esto del cine hemos tenido la inquietud de hacer nuestra propia película, ni que fuera a nivel amateur, por el simple hecho de coger una cámara y experimentar rodando un corto. Simplemente haciendo esto descubres que hacer cine es una aventura porque de las propias peripecias y las anécdotas derivadas del rodaje se podría hacer una película aparte que sería tan interesante o incluso más como el film en sí. Esta parte entrañable del pasado del cineasta novel que era un adolescente en los 80 – como el propio Abrams – y que tuvo la oportunidad de empezar a experimentar con cámaras caseras de 8 mm (conocidas como super 8 ) es la parte más importante de Super 8 porque descubre un poco el alma del creador, que a su manera dice que el cine es fantástico pero más fantástico todavía es hacer cine.

No es de extrañar dentro de este contexto que Super 8 sea a la vez un homenaje al estimulante cine de aventuras ochentero que tanto apego tenía por las tribulaciones adolescentes y las aventuras derivadas del tortuoso camino para alcanzar la madurez. Por esto está Spielberg en tareas de producción y por esto la película tiene algún que otro detalle desfasado, como el (anti)clímax, sin ir más lejos; pero también tiene sofisticaciones que el director de Tiburón y E.T.  maneja como nadie, como los recovecos que dibujan las relaciones familiares o la creación de una atmósfera de misterio a partir de la ocultación del monstruo.

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Sin embargo es J.J. Abrams el que sabe hacer que los personajes sean interesantes por sí mismos y que sea la historia la que se mueva a su alrededor hasta que al final se encuentran irremediablemente, dejando los sucesos paranormales en un segundo plano que sin embargo siempre está intentando dominar la historia principal del rodaje de la película y que tiene su clímax particular en los créditos finales con un cierre que por momentos, por emotivo (que no por intenso), recuerda al montaje de los besos que cierra Cinema Paradiso, porque supone una catarsis explosiva de éxito por un caso y de liberación por el otro, y que nosotros también hemos sentido acompañando a los protagonistas.

Una de las mejores cualidades de Abrams es que para él no basta con hacer una película entretenida, hay que hacerla fascinante. Y Super 8 lo es, y mucho, porque es de estos estrenos veraniegos concebidos como blockbuster roba-dinero por entes empresariales, pero que el director entiende como una obra de gran magnitud que empieza con la campaña promocional y termina con la película. Por esto algunos de los teasers, los vídeos y la campaña viral son complementos de la película, material que no vemos en su totalidad en el montaje final y que completan la creación.

Las obras de Abrams se caracterizan básicamente por la promesa de una buena historia y por la sugerencia constante durante el metraje de que así va a ser. También por la devoción que él tiene por lo que hace y que traslada a sus personajes, cargándolos de matices con tan solo un rasgo significativo (un pasado, una obsesión, un trauma, etc.) para cada uno. En definitiva, Super 8 es una amalgama de pasión cinéfila, emociones y nostalgia llena de lugares comunes y rasgos reconocibles que, sin embargo, por obra y magia de J.J. Abrams vuelven a brillar con la vigencia que tenían 20 años atrás.

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PD: Hablando de homenajes, ¿os habéis fijado que en la parte derecha del cartel a la altura de la cabeza de Joel Courtney aparece escrita la palabra LOST? ¡Que viva el auto-guiño!