Probablemente la palabra que mejor define Balada triste de trompeta es «atrevimiento». No en vano es la película más desquiciante, personal y diferente que ha dado el cine español en muchos años. Álex de la Iglesa se casca su Malditos Bastardos particular, tratando la Guerra Civil y la posguerra de una forma irreverente y con una falta de respeto nunca vista y, a mi juicio, muy sana.
Con un prólogo espectacular rematado con unos títulos de crédito memorables el impacto está asegurado, estás dentro de la historia. Después empieza la película, el verdadero disparate, una sucesión de retratos malsanos y ridículos de un circo instalado en medio de las ruinas de la guerra, con especial protagonismo de los dos payasos: el payaso triste (Carlos Areces) y el payaso loco (Antonio de la Torre).
Ambos personajes son psicópatas en potencia que acaban transformándose en verdaderos monstruos en su batalla por el amor de una acróbata con una clara tendencia autodestructiva. Con estos personajes la película sólo puede ser lo que es, una curva ascendente de locura macabra tan perturbadora como atractiva.
La puesta en escena de Balada triste de trompeta es la principal baza de una película que no funciona como tal. Todas las secuencias podrían ser capítulos independientes de una misma historia, pues cada una tiene una fuerza reseñable como unidad, con su tema subyacente y su clímax atroz y visceral.
Esta extraña falta de verdadero ritmo narrativo priva la película de cohesión, lo que tampoco es necesariamente malo ya que permite que con su humor negro y sus picos dramáticos, diferentes en cada escena, Balada triste de trompeta funcione como buena comedia y como buena tragedia.
El punto débil de este filme es que los diálogos son superfluos y sólo entorpecen el visionado evidenciando lo que ya se ve (salvo algunas réplicas brillantes y verdaderamente significantes), ahogan el poder visual de la película y desactivan la propia capacidad intelectual del espectador para entender lo que ve sin ayuda.
La escena final en el Valle de los Caídos resume perfectamente todo esto. Álex de la Iglesa mete un Hitchcock en su resolución (Vértigo + Con la muerte en los talones) y apuntilla su obra más descarnada con una exhibición de genio estropeada al final con la verbalización del poco significado de la película.
Para mí Balada triste de trompeta es una obra maestra que se valorará con los años, y prueba de ello es la polémica y la disparidad de opiniones que ha levantado. Sea como sea, lo incuestionable es que Álex de la Iglesia ha llevado su atrevimiento al límite y el resultado es su obra más demoledora e inclasificable de todas.