Dos meses después del devastador huracán Beryl, las islas Granadinas del Caribe continúan sufriendo las consecuencias de una de las tormentas más destructivas registradas en la región. Con vientos que alcanzaron hasta los 240 km/h, Beryl arrasó infraestructuras y viviendas, dejando a miles de residentes desplazados y luchando por reconstruir sus vidas y medios de subsistencia.
En la isla de Canouan, la Escuela Secundaria Gubernamental se ha transformado en un refugio improvisado. Las paredes, que solían albergar clases, ahora cuelgan de ropa secándose al sol y los pupitres han sido convertidos en camas para aquellos que buscan asilo. Glenroy Levie, madre de cinco hijos y embarazada de siete meses, se encuentra en esta situación desesperada. Recuerda cómo, unas semanas antes, ella y su pareja disfrutaban de una vida estable trabajando en un centro turístico. «Todo ha desaparecido, arrasado. No hemos recuperado nada», lamenta, expresando la incertidumbre que enfrenta junto a su familia.
Latoya, otra residente en la misma escuela, también comparte su desolación: «Necesito recuperar mi trabajo y construir una casa para vivir con mi pareja y mis hijos». La crisis ha sumergido a la población en un ciclo de desempleo, pobreza e inseguridad alimentaria, con el sector turístico, vital para la economía de las islas, sufriendo pérdidas devastadoras.
En Ashton, un pueblo de la isla de Unión, el espíritu comunitario se ha fortalecido a pesar de las adversidades. Fitzgerald Hutchinson, quien ofrece refugio en su hogar, destaca la solidaridad que prevalece entre los vecinos: «Siempre estamos pendientes de nuestros vecinos. Compartes lo que tienes, aunque solo tengas un poco». La casa de su madre alberga a 17 personas, mientras que su propia vivienda ha quedado en ruinas, un reflejo del impacto de la tormenta en lo que solía ser un barrio vibrante.
Theresa, una mujer de 62 años que también se aloja en casa de Fitzgerald, recuerda momentos aterradores aferrada a su hermano discapacitado y sus dos perros durante la tormenta. Mientras las olas azotaban su hogar, nunca imaginó que podría sobrevivir. Ahora, con lágrimas en los ojos, expresa su deseo de reconstruir su vida.
El camino hacia la recuperación será largo y complicado. Según el informe de Estimación Global Rápida de Daños Post-Desastre, la pérdida económico se estima en 230,6 millones de dólares, equivalente al 22% del PIB de San Vicente y las Granadinas. La isla de Unión ha sido una de las más afectadas, con daños estimados en 186,8 millones de dólares, lo que representa el 81% de la pérdida nacional.
Mientras tanto, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) está trabajando de la mano con el Gobierno local y socios internacionales para brindar ayuda de emergencia. Se están distribuyendo tiendas, lámparas solares y materiales de construcción, y se elaboran planes de recuperación a largo plazo. La coordinadora de Refugios y Asentamientos de la OIM en el Caribe, Martina Cilkova, ha asegurado que la organización planea reparar infraestructuras críticas y entrenar a aproximadamente 300 hogares en mejores técnicas de reconstrucción.
Días después del huracán, Latonya Collins, de 38 años y embarazada de ocho meses, abandonó la isla con su madre y cuatro hijos, viendo cómo su hogar se desvanecía. Ahora, gracias a la generosidad de un residente, viven en una casa desocupada. «Nunca había vivido algo así. Estamos traumatizados y seguimos teniendo recuerdos», admite Latonya entre lágrimas, anhelando con todas sus fuerzas volver a la isla de Unión.
Fuente: ONU últimas noticias