No puedo arrepentirme de mi melancolía
Y olvido casi siempre que el suicidio es gratuito1…
Toca el turno a un singular grupo de patologías que pueden agruparse bajo el sufijo “primidos”. Ellas, de algún modo, afectan a la mayor parte de los individuos, al menos, en alguna etapa de su vida. Ahí encontramos a los oprimidos y su histórico conflicto de clases. Los exprimidos y el creciente comercio y la explotación humana; aunque no deja de ser paradoja calificar estas prácticas “de humanas”. Los comprimidos y descomprimidos que oscilan entre anorexias y obesidades conforme dicta la moda y/o, entre el hambre y la gula, para quien disgusta lo trivial y prefiere ir al extremo. Los reprimidos, ¡vaya legión! Ahí, hallamos psicosis en variedad y alcance; desde el temple y el absoluto dominio, hasta la cohibición y la parálisis. Con certeza, en esas andanzas, ninguno hallará monotonía debiendo lidiar con traumas y tabúes. Los suprimidos y la perpetua reminiscencia del mítico Caín y, finalmente, el grupo que se postula como el más numeroso de la época posmoderna: los deprimidos. Para hacer todo al revés, empecemos por los últimos.
Pues bien, debo decir, sin afán de desilusionar a quien entiende este mal como asunto de boga y actualidad, que ya en el Siglo V (a. de C.) se documenta en diversos fragmentos hipocráticos la llamada “melancolía”. Dicho estado anímico que se presenta sin causa específica y que corresponde a la depresión clínica actual, se caracteriza por la falta de entusiasmo a la actividad en general. En ese tiempo, la enfermedad se atribuía al exceso de bilis negra (“mela” negro; “kholé” bilis), uno de los cuatro humores corporales (flema, sangre, bilis y bilis negra). Así, para los antiguos expertos, la privación de la luz contextúa la terrible oscuridad en que habita la persona afectada. Definida siglos después por Constantino “el africano” (año 1000) en su obra “De la melancholia” esta se caracteriza por:“El temor de algo que no debe ser temido, el pensamiento en algo que no debe ser pensado, la certeza de un hecho temible que no es real y la percepción de algo que no existe.”
Muchos siglos adelante, sabemos que la depresión está asociada a la secreción de ciertos neurotransmisores (serotonina principalmente). Sin embargo, esto, por pomposo que pueda sonar, desafortunadamente no es suficiente para esclarecer por qué razón un individuo -sin motivo real-, naufraga en las tinieblas de su pensamiento y se hunde en un mundo tan lúgubre como imaginario… No, no se confunda, no hablo de ningún estado emocional producto de circunstancias adversas verídicas, eso, en general, podría llamarse tristeza, aflicción, desasosiego, qué sé yo. En realidad, trato de lo inexistente. Y bueno, si a especular vamos, habría que plantear un tratamiento útil para contrarrestar ese universo ficticio.
Desde su raíz primigenia (“de” hacia abajo; “premere” hacer presión), la depresión significa lo que “empuja y presiona hacia abajo”, y en ello, sin duda, está la gravedad. Sí, la gravedad que nos atrae constantemente y nos impide volar a demanda. Innegablemente, al dejar que esta fuerza magnética aumente, progrese y ejerza mayor influencia sobre nosotros, se corre el riesgo de terminar en el seno de la tierra; parafraseando a Cortazar, es obvio que “allá en el fondo está la muerte”… De ahí que sea menester combatirla.
1. Descarte soluciones “mágicas e ingenuas”. De tal suerte, evite el exceso de grasa en los alimentos y/o la ingesta y consumo de cualquier agente con el que pretenda elevar la presión. Esto, en vez de ayudar, puede resultar contraproducente. La hipertensión es una de las principales causas de muerte en el mundo. Ahora que, si padece de depresión profunda, deseche la medida como método suicida; para su desgracia, esta vía conlleva una lentitud pasmosa.
2. Aléjese del yoga o cualquier tipo de filosofía oriental. Suponer cierta la “ley de la compensación”, mediante la cual las grandes montañas equilibran a las grandes profundidades, no le dejará más alternativa que salir a la calle a quitarle, a toda costa y por cualquier medio, la cara de felicidad al primer imbécil sonriente.
3. No abrigue esperanzas si alguien se acerca para darle una “inyección de ánimo”. Tal vez su intención sea buena pero, en realidad, esta es una sustancia altamente inestable que no se consigue en cualquier farmacia; evítese el pinchazo.
4. Trate de ser objetivo pero tenga cuidado para no malinterpretar esta recomendación. Una cosa es la objetividad que permite analizar y definir la verdadera situación por la que se cursa, y otra muy distinta es ser objetivo… de críticas, desdenes y toda clase de desaires. Esto último, solo empeorará las cosas.
Como puede ver, las medidas expuestas resultan meramente paliativas pero… ya que tratamos de una patología que se sustenta en lo imaginario e intangible, que le parece si hablamos del espíritu. Sí, del espíritu; esa sustancia -supongo que gaseosa-, que nos deambula dentro. Y bien, he de decir que, para el caso, su característica neumática le confiere una gran virtud: la volatilidad. Así, céntrese en él, fortalézcalo, libérelo y déjelo que sobrepase los límites de un cuerpo y una mente que se rehúsan y temen a la altura y, si fuera necesario, autorícelo para que mande “a volar2” a sus huesos…
Ah!… y por cierto, concluya entonces con el inicio:
Qué vergüenza
Carezco de monstruos interiores1…
José Gutiérrez Llama (México, 2008)
1. Monstruos de Mario Benedetti
2. A volar.- A paseo. Expresión que se emplea para despedir a alguien con desprecio o disgusto, lárgate, lárguese. Diccionario Breve de Mexicanismos. Guido Gómez Silva. Fondo de Cultura Económica. México, 2001.
Imagen: «On the threshold of eternity» – Vincent Van Gogh