La España de hoy, 60 años atrás
Uno de los rasgos más acentuados del cine del desaparecido Luis García Berlanga es la valentía y la sutileza con la que se atrevía a mostrarse abiertamente insumiso al régimen franquista y duramente crítico con la totalidad del pueblo español por el carácter escéptico, derrotista y cabizbajo que demostró después de la Guerra Civil y con la instauración de la dictadura, hasta el punto que el mismo Franco llegó a calificar a Berlanga de “mal español” tras el estreno de su obra más representativa, El Verdugo (1963).
¡Bienvenido Mr. Marshall! (1952) también es un retrato costumbrista arquetípico de la sociedad española que, aun falto de la acidez que años después aportaría Rafael Azcona al “berlanguismo”, se destapa como una de las películas más importantes del cine español valorada a años vista, puesto que con un tono alegre, comédico y desenfadado muestra las vergüenzas de una España que rozaba lo miserable a pesar de dárselas de país grande.
La película nos lleva a un pequeño pueblo de la España profunda en el año 1951, unos tiempos en los que Europa entera intentaba recuperarse de la resaca de la II Guerra Mundial gracias al Plan Marshall, un plan de recuperación europea que impulsó el gobierno del entonces presidente estadounidense Harry Truman, también como excusa para globalizar el capitalismo y hacerse con una supremacía mundial ante el comunismo soviético. España en un principio no iba a recibir ayudas por dos motivos: la presencia de una dictadura y su no-participación directa en la II Guerra Mundial, aunque al final EEUU cambió de idea por culpa de la creciente tensión de la ya presente Guerra Fría con la URSS, que llevó a los americanos a negociar con Franco para poder establecer bases militares en España a cambio de entrar en el famoso Plan Marshall.
Una vez contextualizados, volvamos a la película, cuya elección del escenario ya es toda una declaración de intenciones de Berlanga. Situar la acción en un pueblecito cualquiera es la forma que tiene Berlanga de describir la esencia del país que veía y que todo español podría identificar: humilde, pobre, sencillo, pequeño, insignificante…como queráis llamarlo. Presentar el pueblo como “Villar del Campo…perdón, del Río” es un recurso que oculta un “que más da, es todo lo mismo” que extrapola de forma inequívoca los hechos que van a suceder en el pequeño Villar del Río a cualquier pueblo y ciudad españolas.
Berlanga se toma su tiempo para la puesta en espacio y en escena, consciente de la importancia que conlleva la identificación inmediata de esta caricatura nacional por parte del público antes de empezar a contar la historia en cuestión (y por ello incluso se permite el lujo de interrumpir la narración para presentar a los personajes del pueblo). Empezamos con un no-lugar cualquiera que interrumpe su quietud con el paso de un autobús en forma de coche escacharrado que llega a un pueblo cualquiera, porque, ¿qué tiene de especial Villar del Río? Absolutamente nada, es un espacio común en la composición de un pueblo español. Tiene su plaza, su Ayuntamiento, su iglesia, su bar/casino/centro social, sus campos secos y sus gentes estereotipadas: el alcalde (que es alcalde para entretenerse), el funcionario que se pasa el día durmiendo, los campesinos, la escuela con la profesora soltera por sabionda, sus viejas cotillas, el niño repelente, el cura y el raro del pueblo. En definitiva, estamos en un lugar neutro que se erige como una metáfora de la España del momento, y a partir de ahí empezamos.
La normalidad de Villar del Río se rompe por dos cuestiones: la llegada de un urbanita y su protegida, la gran estrella de la canción andaluza, Carmen Vargas (Lolita Sevilla), y el aviso de que vendrán los americanos a repartir dinero y regalos, a hacer realidad los sueños de los españoles como si de los auténticos Reyes Magos se trataran, y como en el recibimiento de los Reyes Magos, hay que quedar bien y parecer más bueno de lo que uno es. En este instante empieza una carrera con los otros pueblos para preparar el mejor recibimiento posible a los “amigos americanos” y, llegados a este punto se abre el tema, en mi opinión, más interesante de la película.
Villar del Río, España, realiza un acto de sumisión a EEUU y a su dinero, posicionándose como sociedad aduladora y perpetuando la metáfora universal del pueblo “subdesarrollado” que voluntariamente acepta su condición ante el pueblo “desarrollado”, aceptando un rol de inferioridad innecesario o, mejor dicho, otorgando un rol de superioridad al benefactor. Algo, curiosamente, totalmente opuesto a cuando siglos atrás era España quien llevaba su “caridad” al Nuevo Continente.
Esta situación vista con la ironía de Berlanga y el paso del tiempo puede parecer aislada, comprensible y graciosa, pero no difiere mucho del borreguismo español por este histórico afán de quedar bien con los “amigos americanos”. No hay que girar mucho la cabeza para recordar esta entrega ciega de Aznar a Bush, cual perrito faldero, con la guerra de Iraq o, el verano pasado, la locura que desató la visita de la primera dama Michelle Obama durante sus vacaciones, en las que incluso se le reservó una parcela de playa envuelta por la mirada curiosa de ciudadanos incrédulos y prensa del corazón.
Ejemplos como estos demuestran lo incisivo e introspectivo del relato de Berlanga en ¡Bienvenido Mr. Marshall!, capaz de conseguir que una historia pretérita todavía hoy se mantenga vigente, y si no cambiad los americanos y España por un inversor y alguien que quiere levantar un negocio. Los roles de dominador y sumiso son muy claros.
Otro hecho sintomático es la recepción que escogen los habitantes de Villar del Río para seducir a los dólares americanos. En un acto burlesco brillante por parte de Berlanga, el pueblo de la España profunda realiza una caricatura de su propio país y se convierte en un estereotipo absolutamente ridículo disfrazándose de pueblo andaluz, construyendo un decorado para el pueblo y disfrazado a sus gentes con trajes folclóricos.
Todavía hoy Andalucía es el escaparate español al mundo, que ve en España un lugar cálido, lleno de fiesta, cantantes de flamenco, buena comida y vino. Esto es lo que se vende en las tiendas de souvenirs (ahora también con camisetas de la selección) y es el mayor ejemplo de la absurdidad del tópico y, lo que es peor aún, de la asimilación del tópico como signo de identidad, algo que es consecuencia directa de la asunción de inferioridad de la que hablábamos antes.
Precisamente esta devoción de los españoles por la llegada de los americanos que tanto invita a la burla es, de hecho, el aspecto en el que Berlanga incide de una forma más entrañable, ya que el director español utiliza la metáfora de la llegada de los Reyes Magos (muy evidente en el sueño del campesino y en la escena en que todo el pueblo escribe su carta a los Reyes Magos) para escenificar la fe ciega e inocente del pueblo con la idea de los americanos, no de los americanos en sí, pues en la película representan el progreso y las soluciones conseguidas sin hacer absolutamente nada. Una actitud, en el fondo, muy española que Berlanga evidenciaría de una forma más ácida años después con El Verdugo y todavía hoy, una vez más, podemos percibir con rigurosa vigencia en nuestra sociedad, ya que, sin ir más lejos, en el año de la crisis nos hemos gastado más dinero que nunca en la lotería de Navidad por el motivo mencionado: la ilusión de que un milagro nos solucione la vida.
La idealización de los americanos se refleja en las escenas en las que el pueblo se culturiza sobre los susodichos, basadas en las aportaciones enciclopédicas de la señorita, la experiencia de Manolo (el representante de la cantante andaluza) en Boston, las divagaciones del “loco del pueblo”, el hidalgo Don Luis, con sus cuentos del pasado y la iconografía demoníaca por pecaminosa que aporta, como es habitual, el cura que no se fía de las tentaciones diabólicas ni de los regalos sin sacrificio (a pesar de que no tarda mucho en contagiarse de la ilusión colectiva). Y el western. El western es el género en el que los americanos dibujaron los mitos que no tenían por la ausencia de una larga historia y crearon una iconografía muy definida que Berlanga explota de una forma hilarante y pintoresca en el sueño de Don Pablo, el alcalde, en el que resulta ser el momento más divertido de la película por su espectacular revisión paródica de unos americanos que hasta aquel momento tan solo había idealizado, aunque fuera de forma irónica y calculada a través del compendio de fuentes variopintas enumeradas.
Al final de la película, todo el surtido de ilusiones y sugerencias que se van acumulando a lo largo del filme se rompen en un clímax brillante por su vacuidad, porque vuelve a poner a sus personajes de pies en el suelo un golpe seco de dura realidad. Los americanos y sus dólares pasan de largo barriendo las esperanzas de una gente que de golpe y porrazo se daba cuenta que la solución a sus problemas está, y siempre ha estado, en sus propias manos.
Esta revelación tan decepcionante es lo que aprovecha Berlanga para aleccionar y, a poder ser, espabilar un poco a los españoles con un mensaje de fuerte positivismo en el que vuelve a remitir en que la ilusión por la llegada de los Reyes Magos está muy bien, pero que todos sabemos que a pesar de toda la fe del mundo los regalos no caen del cielo.
En definitiva, ¡Bienvenido Mr. Marshall! es una de las películas más relevantes de la historia del cine español porque, a parte de tener un carácter crítico y un hábil sentido del humor, es un retrato social que, como he apuntado varias veces, como si de un truco de videncia se tratara, todavía se mantiene joven a día de hoy y hace de esta obra maestra una pieza exquisita e imprescindible de cine imperecedero.
¡Bienvenido Mr. Marshall! ha sido una propuesta de Mari para esta sección. Como siempre, invito a los que todavía no os habéis animado a proponer una película que os gustaría que analizara ya sea en los comentarios o a través del Facebook.