Noviembre: costumbres y literatura

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En España conservamos costumbres ancestrales muy arraigadas al pueblo. Cada rincón de nuestra geografía tiene su idiosincrasia. Se celebran a lo largo del año toda clase de acontecimientos y festejos. Esto debería de enorgullecernos. Pero hemos de ser sinceros y reconocer que somos un tanto noveleros: nos dejamos seducir fácilmente por las modas. Poco a poco van atropellando a las nuestras; cometemos el error de adoptar los usos y costumbres allende de nuestras fronteras.

Entre las que se han acomodado, más bien, ha sido acogida por la nueva generación, es la que llamamos «De Jalugüin», o si lo prefieren «Hallowe´en«. Sí, esa fiesta que, como símbolo, tiene a la calabaza vacía y horadada como un rostro – obra de algún artista del cuchillo – y cuya sonrisa irónica nos deja perplejo. Está presta a celebrarse en los próximos días para recibir el 1 de Noviembre. Es como si se tratase de un satírico Carnaval provocando a la próxima Doña Cuaresma. Concretamente en Andalucía, sobre todo en Sevilla, mi ciudad, siempre se le ha llamado con respeto a este mes, y tal vez con un poco de «yuyu»: el Mes de los Muertos.

En este caso, rompo una lanza para homenajear las tradiciones, sobre todo en este mes literario. De gran arraigo popular como cita ineludible con el teatro español en estas fechas, una vez más, será representada la afamada obra DON JUAN TENORIO, de Zorrilla. El Don Juan está unido a nuestra historia nacional y sobre todo al teatro. De todos es sabido las correrías amorosas de este personaje, y sus intentos de seducción a Doña Inés, su amada.

En sus versos se reflejan las vivencias de una maravillosa historia de amor, enturbiada con el mundo de los muertos, que vuelven a la vida. Ello unido al suspense de las luchas desafiantes de las obras de capa y espada. En nuestra mente recordamos la primera de las escena, en la Hostería del Laurel, y como no, de todos conocida la romántica y enternecedora escena del sofá: «En esta apartada orilla…»

Esos versos que muchos recitamos de memoria, son una seña de identidad que debemos perseverar.

Nuestro Don Juan y la querida Doña Inés ya son muy mayores, han cumplido 161 años. A pesar de tan avanzada edad aún siguen siendo unos jóvenes amantes, que años tras año nos visitan en los escenarios de los teatros, para dejarnos constancia de su amor eterno. Procuremos, como ellos, no olvidar nuestras raíces.

Por otro lado, este Mes que ya se está asomando detrás de la hoja del calendario. Que trae olor a crisantemos, nardos y claveles. Que los ojos se humedecen al recordar a un ser querido. Que se echa de menos esa caricia. El beso que no se pudo dar. Las palabras que quedaron atrapadas en el silencio. A todos esos sentimientos que se guardan en el corazón, como si fuese una inexpugnable torre. He encontrado en el Suplemento Literario del diario ABC un poema de ANGEL GUINDA (Zaragoza 1.948) que invita a reflexionar.

C A J A S

Lo diría una indígena y tendría razón:

«Ustedes tienen la vida organizada en cajas/Nacen y les depositan en una cajita/Su casa es una caja, y las habitaciones/son cajas más pequeñas/Suben a la casa en una caja/Bajan a la calle en una caja/ Viajan en una caja/Duermen y hacen el amor sobre una caja/A través de una caja ven el mundo/Cambian de casa: lo meten todo en cajas/Los Bancos y las Cajas hacen caja/Y cuando mueren/les introducen también en una caja»

Todo está hecho para que encajemos/Nos encajan la vida/Algunos no encajamos, y nos desencajamos.

Curiosidades y Anécdotas.-

Don Ramón Carande (1.887-1.986) Fue Catedrático de Economía Política e Historiador, en la Universidad de Sevilla. Vivió en una casa situada en la calle Alvarez Quintero, de esta ciudad, en cuya fachada una placa recuerda su estancia. En 1.968 la Editora Nacional publicó la Gran Enciclopedia de la Cultura Española. En su volumen V se ocupaba del perfil de D. Ramón. Unos meses antes de que la obra se editara, los redactores dieron como noticia el fallecimiento de Carande. Lo malo, en este caso, había que decir lo bueno, era que Don Ramón no había muerto.

Cuando Carande tuvo noticias de su propia muerte, con no poca ironía, y su elegante estilo académico, tuvo tiempo aún, antes de que este libro viera la luz, introdujo un párrafo final en el Prólogo, en setiembre de 1.969, que decía lo siguiente:» Con esta nota rectifico un error en el Tomo V, página 749, de la Enciclopedia de la Cultura Española, según la cual he muerto en Sevilla en 1.968 ¡Todavía no!»

Finalmente moriría en 1.986 en Almendral (Badajoz)