Sé que mucha gente se lo piensa dos veces antes de comprar un «novelón»;tanta letra impone, es cierto. Pero reconozco que para mí leer un novelón es un placer especial.
Hablo de estas novelas bien largas, ésas que incluso cuesta levantar con una sola mano para leer la contraportada, porque tienen más de 600 ó 700 páginas. Las sopeso en la librería (nunca mejor dicho): leo la primera página… si empieza bien, si me introduce en su mundo en esas frases de apertura, y si es bien voluminosa, ya no hay nada que hacer. Tengo que llevármelo.
Pienso en caprichos como «Un buen partido» de Vikram Seth (un novelón como dios manda, dos volúmenes de 500 páginas o más), o «Crónica del pájaro que da cuerda al mundo«, de Haruki Mirakami, que estoy leyendo ahora mismo.
Qué placer cargar con un libro así en la bolsa de la librería, que se balancea al peso de tanta literatura mientras camino a casa. O relegar la lectura hasta tener una buena tarde de domingo, de ésas de sofá y mantita, y deambular un par de horas por los primeros capítulos, masticando ya la trama. Y luego, antes de dormir cada noche, unas páginas más.
Me gusta que sean mis compañeros durante tanto tiempo; también disfruto las novelas cortas, por supuesto, pero si se pueden terminar en una tarde… la verdad es que dejan cierto sabor a coitus interruptus. En cambio, los novelones perduran a lo largo de semanas, los protagonistas llegan a ser como viejos amigos, y es como si la historia se entretejiera con tu propia vida. A veces, mi madre y yo bromeamos con esta afición nuestra de comprar libros «al peso», pero es que, por todas esas razones, suelen ser nuestros preferidos.