Creo que finalmente Daniel Monzón, un tío que apuntaba maneras, ha planteado y ha sabido sacar adelante una película muy, pero que muy grande. Ya apuntaba maneras en su anterior film, La Caja Kovak, aunque pasó como una película sin personalidad, fría e incluso estúpida.
Pues bien, nada de esto ocurre en Celda 211, dónde una premisa sacada un poco de la manga (explota algo, se cae un trozo de techo, golpea al nuevo y en vez de llevarlo a la enfermería lo dejan en una celda y patam, motín al canto y el pobre chico dentro); no empaña para nada el buen hacer de este film.
La gran cualidad de Celda 211 es su ritmo frenético que te sumerge en la historia y no te deja respirar hasta que se acaba. Y tampoco es que pase gran cosa, ya que es un motín que empieza y acaba. No hay más. No obstante, nos identificamos con el protagonista (interpretado por el debutante Alberto Ammann) y nos hacemos partícipes de todo lo que le pasa, que no es poco, y de lo mucho y lo rápido que evoluciona a lo largo del metraje.
De todas formas el protagonismo no se lo lleva él, sino que se lo lleva Malamadre, el líder del motín interpretado brillantemente por Luis Tosar. Es brutal como cada vez que abre la boca suelta una perla y cada vez que se mueve se te ponen los pelos de punta, porque es imprevisible, porque es un monstruo sin escrúpulos y porque curiosamente también tiene su corazoncito.
No podemos olvidar tampoco el excelente trabajo de guión de Monzón con Jorge Guerricaechevarría, ya que han planteado una película trepidante y visceral que juega más con las emociones que con la razón, va al grano y no hay ni una sola escena gratuita. Además hay un buen toque de originalidad, una carga importante de sentido del humor muy sano que acompaña una crítica por lo menos reseñable al sistema penitenciario.
Yo he ido tarde, pero los que aún no la hayáis visto, ya podéis meteros de cabeza al cine porque es de lo mejorcito que se puede ver últimamente.