Mil y un preguntas

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Pensando en estos días en el origen de las manifestaciones artísticas del hombre, como un rasgo esencial y definitorio de la especie humana, me nace la curiosidad de averiguar de dónde y cuándo proceden la poesía y la música, como fenómenos artísticos pertenecientes a familias que a mí me parecen estrechamente emparentadas. Dos modos de intercambio, dos lenguajes que se producen entre personas. Que nacen de la necesidad del artista -¿cómo será la necesidad de otros artistas, si es que yo lo soy?- y se instalan en la del receptor -¿es diferente la necesidad del artista de la del receptor de su mensaje?. Y otra más, ¿somos todas las personas capaces de producir arte?. ¿Y de saborearlo?. ¿Qué es lo que determina la cualidad artística de la poesía o de la música? ¿Es una cuestión de calidad del resultado o tiene que ver con la intención?¿De quién, la intención: del artista o del receptor?¿Quién juzga la calidad?

Lanzo al respetable estas preguntas, y pido todas las respuestas posibles. Habrá tantas como personas que deseen responder. Algun@s, incluso, dispondréis de más de una. Me interesa abrir este debate, que se conecta con una idea extendida de que la capacidad de producir y disfrutar de la poesía o la música corresponde a una cierta -e indefinida- élite intelectual y que por ello no está al alcance de cualquier bípedo. Y se produce en el no iniciado una sensación de inaccesibilidad y distanciamiento, un poco tintada de prejuicio hacia lo supuestamente complejo. A mí no me gusta esa aureola de distinción de la poesía, la música u otras artes. Me parece un engaño, tanto de quienes lo fomentan como de quienes lo aceptan. ¿Porqué creéis que actúan así unos y otros? ¿Cómo se puede romper esa barrera? ¿Conviene romperla?

Me come la ansiedad por conocer vuestra opinión.