El Palais de Tokio nos invita este otoño a disfrutar de The Third Mind, una muestra colectiva que inaugura una nueva política expositiva basada en el tradicional sistema de la carte blanche, gracias a la cual diferentes artistas contemporáneos actuarán como comisarios con el objetivo de reestructurar el propio sistema al que se encuentra sometido el mundo del arte.
El primero en asumir el reto ha sido el artista suizo Ugo Rondinone, proponiendo como solución un personalísimo recorrido a través de la obra de 31 artistas cuyos presupuestos artísticos considera esenciales en la escena contemporánea. Se trata de una antología con tintes meta-artísticos que invita a reflexionar sobre el propio proceso expositivo, cuyas acotaciones tradicionales se ven superadas por una transformación conceptual que confiere a la muestra una nuevo status como obra de arte con entidad propia. De este modo asistimos al florecimiento de una exposición-instalación que, germinada por el comisario-artista, parte de la semilla que suponen las experimentaciones literarias llevadas a cabo en la década de los sesenta por Burroughs y Gysin y cuyo resultado es el homónimo libro inscrito en la moda de los cut-ups. Consecuentemente, la idea expositiva se articula de manera fragmentaria ya que cada una de las obras seleccionadas se presenta como un recorte independiente; una pieza con personalidad propia capaz de elaborar un discurso por sí misma y cuyas argumentaciones se relativizan en la globalidad de un paradójico diálogo estructurado a través de la armónica convivencia de unos enunciados capaces de emitir un juicio que a priori se consideraría como incongruente.
El enlace reslutado de esta pluralidad descarga una potencia energética que fluye a lo largo de un recorrido que nos conecta con las realidades extrasensoriales existentes en nuestro entorno. Es esta la manera mediante la cual percibimos otros universos aparentemente inapreciables pero que conviven continuamente con nosotros, del mismo modo que lo hace el Starfinger Angel (1975) de Bruce Conner. Se trata de un flujo cósmico que gobierna el mundo y que la humanidad ha descubierto a través de las ventajas de la tecnología con las que hemos ahondado en el conocimiento de las realidads extraterrestes; las cuales el hombre ha podido alcanzar de modo físico y que han supuesto un fuerte impacto social que se ve reflejado en la serie planetaria de Verne Dawson, en los Hawk Moon (1983-1985) de Jan Defeo o en los relieves de Lee Bontecou. Dicha circunstancia contribuye al advenimiento de un mundo en el que los valores tradicionales de carácter teológico caen por su propio peso, inyectando una profunda desorientación al presentarse como sistemas llenos de símbolos falaces carentes de significación que completan la visión de la obra de Valentin Carro.
Es precisamente la ausencia otra de las claves que soportan The Third Mind. A lo largo de este laberíntico recorrido por la estructura mental de Rondinone, ésta se revela como un hilo conductor que nos impulsa a explorar las diferentes salas. Sin embargo, la ausencia deja de ser entendida como vacío, como la nada; para configurarse como una ausencia residual que es perceptible a tavés de las reverberaciones que, como la intervención acústica de Trisha Donnelly, continúan exististiendo en el espacio pero e una frecuencia aparentemente imperceptible. Se crea de este modo un recorrido cinético que encuentra su paralelismo en las pinturas narrativas de Jean-Fréderic Schnyder, en las que el pulso vital del mundo actual se ve definido en el espacio vaciado de las estaciones de tren que representa. No obstante, este absentismo no es el simple resultado de la acción del tiempo, sino que se encuentra sujeto a un acto de huída evasiva del sujeto contemporáneo. Así nos lo hacen ver los dibujos paranoicos de Emma Kunz y la instalación del taller de artista de Urs Fisher, quien nos plantea la problemática de la retroalimentación del universo artístico en aras de superar la crisis existencial en que se sume el creador contemporáneo. Entra en escena ahora el arqueología artística de las esculturas de Hans Josephson, las cuales funcionan como aglutinante de los residuos de un mundo caduco ante la posibilidad de una nueva priducción artística que ya no entiende ni de Historia ni de afán civilizador.
Los Technological Reliquaries de Paul Thek, junto conlas maquinarias biologico-bélicas propuestas por Bruno Gironcoli, justifican esta idea de fuga ante un desumanizador mundo hipercintífico en el que se inscriben unos virulentos enfrentamientos sociales que Sarah Lucas subraya en su instalación Car Park (1997). Es este el modo en el que nos enfrentamos a un universo lleno de tensiones alimentadas por la manipulación vertida desde los mass media, cuyos efectos sobre la sociedad de consumo norteamericana han sido demoledores; ésta es la respuesta consecuente a la embriaguez informativa ofrecida por Cady Noland y Hugo Markl: la lucha frente al opresivo flujo informativo apoyado en las nuevas tecnologías informática del que nos habla la telaraña de Martin Boyce.
Existe, sin embargo, un último aspecto que contribuye a la hostilidad medioambiental: el conflicto del yo. Bajo un discurso casi freudiano y que se apoya en al búsqueda de la identidad sexual, surge la problemática del individuo que, inmerso en toda esta vorágine vital, necesita reinventarse constantemente para poder definirse ante la violencia circundante. De ello nos hablan las creaciones de Sue William, Joe Brainard y Nancy Grossman, a partir de las cuales interpretamos la necesidad de libertad ante una desestabilizadora moral de corte religioso que nos empuja hacia una espiral de esclavitud represiva que encierra al ser humano en un ensimismamiento egocéntrico que le impide cualquier clase de comunicación veraz. La idea básica por la que el hombre es un ser libre se difumina. apareciendo una fragilización de las relaciones básicas de la humanidad, en la que el individuo coexiste sin convivir, se relaciona sin llegar a conocerse y en la que existe una continua proyección de un retrato inventado bajo el mensaje falaz que los medios de comunicación nos han transmitido; una problemática observable en los Screen Test de Andy Warhol.
De este modo, The Third Mind ofrece hasta el próximo 3 de enero un paseo por los principios básicos que marcan el arte contemporáneo de los últimos cincuenta años y que tienen su punto de partida en las experiencias revolucionarias de la Beat Generation, cuya cuestión se profundiza cada jueves mediante las actividades propuestas bajo el epígrafe Cut Ups & Bad Trips. Sombras y Luces en la Beat Generation.