El caso de María, que enfrenta la desaparición de su hijo reclutado por un grupo armado, resalta una alarmante tendencia en Colombia: el uso creciente de las redes sociales como vía de reclutamiento para jóvenes. María descubrió la conexión de su hijo con estas organizaciones a través de una conversación en Facebook, donde su supuesto interés romántico le indicó que se uniría a un grupo violento.
Las plataformas digitales han transformado la forma en que los grupos armados presentan su ideología y atractivo. En videos de TikTok, se exhiben lujos como fiestas, dinero y vehículos costosos, aderezados con emoticonos que aluden al narcotráfico. Esta imagen seductora contrasta fuertemente con la realidad de muchos adolescentes de entornos humildes, que ven en el crimen una oportunidad de ascenso social.
El profesor Mario, quien trabaja en una escuela rural, describe cómo el deseo de pertenencia y de poder motiva a los jóvenes a unirse a estos grupos. «Los atrae ser alguien en el territorio, y creen que la mejor forma de acceder a eso es vinculándose a estos grupos», explica. Esta atracción por una vida aparentemente emocionante y llena de riesgo suele estar acompañada por una normalización de la violencia en su entorno cotidiano.
La docente Diana, con más de dos décadas de experiencia, destaca que muchos jóvenes enfrentan una pobreza extrema en lugares donde el Estado no asegura sus derechos básicos. Así, grupos armados emergen como alternativas precarias que prometen seguridad y pertenencia, un fenómeno que se ha intensificado con el avance de la digitalización.
Según un informe de la Jurisdicción Especial para la Paz, se han identificado varias cuentas en redes sociales utilizadas para promover el reclutamiento de menores. En 2025, se registraron más de cien alegaciones de este tipo, con un aumento del 64% en comparación con el año anterior. La falta de denuncias y la intimidación que enfrentan las familias también complican la situación, ya que muchos temen represalias por parte de los grupos armados.
El reclutamiento de menores no es un fenómeno reciente. Desde 1990, se estima que miles de niños y adolescentes han sido víctimas de esta violencia en Colombia. La desmovilización de las FARC dejó un vacío de poder que ha sido ocupado por otros grupos armados, aumentando la competencia por el control territorial y las economías ilícitas.
El impacto de este fenómeno es especialmente grave entre comunidades indígenas y afrodescendientes. La explotación de niños y niñas, tanto para tareas de combate como para fines sexuales, refuerza la urgencia de abordar esta crisis desde sus raíces y de implementar políticas públicas efectivas para prevenir el reclutamiento y apoyar la reintegración de víctimas.
Profesores y educadores en las zonas afectadas están tratando de ofrecer alternativas y un futuro esperanzador a estos jóvenes, pero su labor se ve constantemente amenazada por la violencia que los rodea. En este contexto, se hace evidente que una respuesta estructural es crucial: garantizar el acceso a una educación de calidad y crear espacios seguros para el desarrollo de los niños y jóvenes, con el fin de que las escuelas sean vistas como lugares de sanación y no de explotación.
Fuente: ONU últimas noticias