Los escritores, esos maniáticos

La creación literaria no se explica con reglas, costumbres o tal vez manías a la hora de escribir, sin embargo, están presentes en escritores de todo el mundo.

¿Qué estímulos ayudan a desatar la imaginación?…

Algo común que recomiendan es leer novelas cuando se está escribiendo pero, a veces, cuando las musas estás de vacaciones, sientes curiosidad de ver cómo se las arreglan algunos para que no decaiga la inspiración.

Y encuentras cosas curiosas, como por ejemplo:

«Yo camino y corro mucho. Creo que el cerebro se oxigena mejor».

«Cuando retomo mi novela, para no distraerme,  me premio al final con algo que me guste».

«Después del desayuno, escribo primero a mano para después pasarlo al ordenador y así ir repasando lo escrito».

«Escribo de madrugada, cuando se han ido todos a la cama y estoy tranquila».

Porque otra característica que requiere la escritura es la soledad.

Cuando leo que a Claudio Magris le gusta la soledad de las cafeterías, una soledad bastante peculiar; me explico la espléndida definición que hace de las mismas en el libro «Microcosmos» y ante la pregunta dice: «La cafetería es un aislamiento especial, es el sitio donde la soledad se verifica en medio de los demás«.

Como J. K. Rowing que empezó a escribir su famosa obra «H. Potter» en la cafetería de su barrio, pero por otro motivo, el de que su pequeño hijito estuviera caliente mientras dormía.

A Sartre también le gustaba el ruido. En los cafés Sartre elucubraba sobre el existencialismo.

Marguerite Duras se llevaba el bar a su escritorio y simplificaba la inspiración con una botella de whisky a su lado.

Fédor Dostoievski escribía compulsivo, de día y de noche.

Borges se metía en la bañera por la mañana y meditaba sobre si lo que había soñado valdría para un poema o relato.

Carlos Fuentes siente cómo lo posee el alma de su difunto hijo a la hora de escribir.

Cortázar escribió «Rayuela» totalmente poseído por sus personajes, perdida la noción del espacio y el tiempo.

Isabel Allende hace conjuros antes de ponerse a escribir. Tiene fetiches y comienza siempre sus novelas el 8 de Enero.

Mario Vargas Llosa, que empieza la escritura a las 7 de la mañana, tiene un orden casi obsesivo, los libros de su biblioteca están ordenados por motivos curiosos: por tamaño, por países…  y se rodea de figuras de hipopótamos de todas clases.

Saramago solo escribe dos folios por día, y ni una línea más.

T. S. Eliot escribía sólo un par de horas porque a la tercera hora, pensaba él, ya no estaba inspirado.

Thomas Mann le leía lo escrito a toda su familia y le pedía consejos.

Antonio Tabucchi sólo escribe en cuadernos escolares.

Neruda lo hacía con tinta verde.

Hemingway con una pata de conejo raída en el bolsillo.

Gabriel García Márquez necesita estar en una habitación con una temperatura determinada. Debe tener en su mesa una flor amarilla, de lo contrario no se sienta a escribir. Y siempre lo hace descalzo. Si no está inspirado, no escribe absolutamente nada.

A veces, puede estar meses sin escribir una sola línea. Una vez alguien le aconsejó que si quería hacer un buen relato, antes tenía que contarlo muchas veces, para ver qué partes atraían al oyente y cuáles le aburrían. Eso es lo que suele hacer con sus novelas. Las cuenta y las cuenta. Apasiona a la gente. Conforme las va contando va inventando nuevos detalles, hasta que ve que la historia funciona.

Señala que su maestro fue Hemingway. La lección que aprendió del narrador norteamericano fue ésta: «El descubrimiento de que el trabajo de todos los días sólo debe interrumpirse cuando ya sabes cómo reanudarlo al día siguiente«.

No creo que se haya dado nunca un consejo mejor para escribir. Es, ni más ni menos, el remedio absoluto contra el fantasma más temido por los escritores: la agonía matutina ante el papel en blanco.

Francesco Piccolo profesor de la Universidad de Roma, escritor y guionista de Nanni Moretti, en su libro «Escribir es un tic» exprimió el anecdotario y sacó ritos y manías de escritores de todos los tiempos.

Quizás no haya escritor que no tenga manías que le ayuden a encontrar confianza. Quizás son extravagancias creadas a propósito. Viven tan pendientes de la fantasía que se ponen muy nerviosos con las cosas terrenales, entre ellas, escribir. Y por eso hacen lo que hacen.

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