En estas vísperas de la celebración del día del libro me pregunto:
¿Cuál es la función de la lectura?
¿Es función de la lectura levantarnos el ánimo y consolarnos?, o, tal vez, explicarnos el horror de la realidad que se nos muestra.
La televisión nos satura de violencia real e imaginada, las noticias nos saltan encima y nos abruman. A veces, por no decir siempre, es más importante que el espectador vea el informativo o que el lector compre el periódico que el contenido en sí mismo de la noticia y su veracidad.
Quizás influidos por esas imágenes apartamos la lectura de esos libros donde, en un leer pausado, podemos imaginarnos fielmente ese horror.
Por qué leer entonces a algunos autores como, por ejemplo, a Cormac McCarthy o Noam Chomsky, si el primero no nos divierte y el segundo nos resulta incómodo.
Si en su último libro “La carretera”, ya comentado en estas páginas, Cormac McCarthy nos muestra la representación misma de la Nada, del vacío a que estamos abocados, en “Meridiano de Sangre” (1985) la amenaza mortal es el Mal.
Harold Bloom, que lo cataloga como un digno discípulo de Melville y de Faulkner, nos dice “por qué leer” a este autor:
“Empezaré por confesar que mis dos primeros intentos de leer “Meridiano de sangre” fracasaron porque retrocedí ante la carnicería abrumadora que retrata McCarthy. Las matanzas y mutilaciones son tan apabullantes, que parece estar leyendo un informe de las Naciones Unidas sobre los horrores de Kosovo en 1999. En las carnicerías que describe no hay un solo detalle gratuito o redundante; ese salvajismo existió en la frontera entre México y Texas entre 1849 y 1850, que son el escenario y la época de la mayor parte del relato. Aunque carece del aura de la ficción histórica, lo que pinta aún hierve en casi todas partes.
Pese a todo, exhorto al lector a perseverar, porque Meridiano de sangre es un logro imaginativo canónico, a la vez novela estadounidense y sangrienta tragedia universal. Es el Homero de la trágica epopeya estadounidense de la matanza y la religiosidad. Hace ya más de dos siglos que los Estados Unidos viven la obsesión de Dios y de las armas; es improbable que ninguna de las dos fascinaciones decaiga.
No es función de la literatura levantarnos el ánimo ni consolarnos prematuramente. Pero yo concluyo afirmando que estas visiones estadounidenses nos ofrecen más, mucho más, que su negatividad higiénica”.
A Noam Chomsky se le reconoce mundialmente como uno de los grandes intelectuales y educadores del siglo XX . En su libro “La (des)educación” este gran lingüista norteamericano critica duramente su sistema de enseñanza.
“El objetivo principal de este modelo colonial es continuar discapacitando a los maestros y estudiantes, de forma que caminen irreflexivamente a través de un laberinto de procedimientos y técnicas. De ello se sigue que el sistema educativo de los Estados Unidos no fomenta el pensamiento crítico e independiente; antes al contrario, nuestras llamadas escuelas democráticas se basan en un enfoque instrumental y acumulativo, que normalmente impide el desarrollo de la clase de razonamiento con la cual se puede “leer el mundo” críticamente y comprender los motivos y relaciones que subyacen a los hechos”
Leer es también otra forma de mirar la realidad y la buena literatura nos ayuda a comprenderla. La literatura puede explicar los acontecimientos al recrearlos y ponerlos en un nuevo contexto. Por eso, en estas vísperas de la celebración del día del libro, vuelvo a preguntarme por la función de la lectura y sobre los libros que fortalecen el espíritu critico dándonos todos los ángulos posibles de ese día a día en que estamos inmersos.