La lírica de la escuela

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Dejadme escarbar un poco en vuestros recuerdos. ¿A que tuvisteis que aprender algún poema en la infancia?. Probablemente no habréis podido olvidarlo, grabado en vuestra memoria, el recuerdo se desata rebelde ante infinidad de estímulos incontrolables. Y, casi sin poder evitarlo, os ponéis a recitar. Aunque sea mentalmente. Sin utilizar en ello más neuronas que las que empleamos en decir nuestro nombre. ¿Y no os produce un infinito placer infantil?. Comprobar que ese recuerdo sigue intacto o, quizás, encontrar una excusa para declamar, algo que nos genera un secreto placer exhibicionista.

Pues bien, mi propuesta es zambullirnos en esos recuerdos de manera consciente e intencionada. Como cuando disfrutamos al repasar un album de fotos familiares. “Con diez cañones por banda, cuentan de un sabio que un día, cuán presto se va el placer, del salón en el ángulo oscuro, cuando me paro a contemplar mi estado, vivo sin vivir en mí, ande yo caliente y ríase la gente, ¿qué tengo yo que mi amistad procuras?, érase un hombre a una nariz pegado, la princesa está triste»…

La poesía clásica, de factura clásica -alguna incluso contemporánea-, nos enfrenta al juego de la sonoridad, de la rima. Un juego infantil muy divertido, que pone a prueba el ingenio, no sólo del poeta, sino también del lector. Un juego íntimo, al margen del espacio y del tiempo, propuesto algún día por un poeta y aceptado cualquier otro, hasta siglos después, por su lector. La clara demostración de que el poeta ansía ser leído o, quizás, ¿jugar desea?. En la mejor tradición de los acertijos: un desafío a quién desee aceptarlo. ¿Alguna vez habéis imaginado el secreto placer de un hombre llamado Gustavo Adolfo Bequer si hubiera tenido la oportunidad de escuchar sus poemas recitados cientos de miles de veces?. ¿No es eso inmortalidad?. ¿Sólo para el autor, o también para nosotros, algo impregnados de su mágica supervivencia?.

Una buena antología de poesía en legua castellana cerca de nuestro sofá preferido, sobre el album de fotos que ojeamos de cuando en cuando, nos proporcionará buenas dosis del más elemental de los placeres: jugar a los acertijos, instalados en nuestra infancia.