La fantástica soledad

Pretender hacer una reseña del mítico libro «CIEN AÑOS DE SOLEDAD» de Gabriel García Márquez ,es como intentar comprender la inmensidad del mar o el origen del Universo. Os diré que la primera vez que lo leí, a los treinta y pocos años, me gustó, pero quedé perdida entre tantos Aurelianos y José Arcadios. Su relismo mágico me pareció entonces una fabulación de cuento para niños.

Ahora, a los sesenta y tantos, la he vuelto a leer y me quedé enganchada por completo al pueblo de Macondo y sus habitantes. ¡No he gozado tanto con un libro!. Los acontencimientos absurdos, disparatados, sin medida, de sus personajes, lograron sacarme de mi realidad para vivir esa otra de cien años de duración.

El personaje de Úrsula, como hilo conductor de toda la historia, como contrapunto de realidad frente al mundo imaginario en el que viven su marido, hijos, nietos, y biznietos -amén de los extraños familiares que la rodean- es entrañable. Es la que logra que no te pierdas en las arenas movedizas de la fantasía más absoluta, e ir encarinándote con el mundo de locos de Macondo, que deja de existir como tal cuando muere el último  Buendía.

Cien años de soledad no podía llamarse de otra manera porque la inquebrantable soledad de los Aurelianos y los Arcadios, y de las mujeres que le acompañan, no es más que la expresión fantaseada de la insondable soledad humana.

El libro podría ser insufrible si no estuviera escrito por el maestro de la lengua española de nuestro tiempo: Gabo, para los suyos, para los que lo leen, para los que la fluidez de su expléndido verbo es como sumergirse en las aguas de un río y dejarse llevar por su corriente. Genial, sencillamente genial.

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