‘La Cara Oculta’, del spoiler al trash

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Hoy en día, debido al flujo de información inmediata que hay gracias a internet, una película no empieza cuando se apagan las luces de la sala de cine, sino cuando un comunicado de prensa anuncia la producción, el equipo y el reparto. Es muy difícil que el público acuda al cine sin haber visto los carteles, los teaser tráilers, los tráilers, vídeos de rodaje y los tropecientos clips de la película en cuestión, ya que hay que vender el producto, el cine está caro y poca gente queda que vaya a provar suerte.

En estos parámetros, la planificación comercial de La Cara Oculta ha sido un completo desastre, ya que el tráiler es el spoiler más espectacular que personalmente he visto jamás, pues revela el giro de guión más importante del film, anulando por completo el misterio ya vacuo de la desaparición de Belén (Clara Lago)que la película se esfuerza en alimentar durante una primera hora de duración caída en saco roto. Ni siquiera es argumentalmente importante que la la acción transcurra en Bogotá, una ciudad con un alto índice de secuestros, a pesar de que invita a hacer un esfuerzo de contextualización con el entorno que hubiera enriquecido bastante la película.

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Justo al contrario, Andrés Baiz aisla el relato a sus tres protagonistas y “hitchcockea” La Cara Oculta intentando versionar Rebecca de una forma muy personal y, dicho sea de paso, bastante solvente a pesar del calamitoso ritmo dramático. Y digo esto porque tras el spoiler llega el trash, un cambio de tono demencial que reconstruye el camino hecho desde otro punto de vista y convierte el maltrecho suspense en una comedia negra completamente dislocada y digna de maratón nocturna.

En cuanto empiezan a atarse los cabos los susurros se convierten en gritos, el erotismo salta al sexo explícito y los mensajes se simplifican. El intringulis amoroso envuelto en secretos se resuelve en algo tan sencillo como que los tíos son unos cabrones con el cerebro en la punta del cipote y las tías unas perras de cuidado. Incluso se echa en falta que el final, ya de por sí potente, no tenga un punto más de arrojo y desequilibrio para acabar de reírnos un rato. De la película, claro.

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