Haya Arafat, una joven de 16 años, habla con la cámara desde lo que solía ser su hogar en la Ciudad de Gaza. Con voz quebrada, expresa su dolor al mencionar que su familia está atrapada entre los escombros: «Dentro de esta casa, mi familia está bajo los escombros». Haya ha perdido a su madre, padre, hermanos, abuelos, tío, esposa de este y sus hijos en el reciente conflicto. Aunque la guerra ha terminado, la tarea de recuperar sus cuerpos sigue siendo una lucha implacable.
La joven se encuentra sola, lidiando con el abrumador peso de la pérdida. «Es difícil continuar la vida sin ellos, pero seguiré viviendo por ellos», dice. Recoge un fragmento de cemento que alguna vez fue su hogar y recuerda con nostalgia los momentos felices: las risas familiares, la escuela, sus paseos junto a sus hermanos. Aunque el futuro se presenta incierto, Haya planea continuar su educación y su vida, enfrentándose a un futuro lleno de soledad.
La situación en Gaza es desoladora, especialmente para los niños y adolescentes. Muchos de ellos sufren severas secuelas psicológicas tras años de violencia y destrucción. Se estima que alrededor de un millón de personas continúan desplazadas, viviendo en refugios de emergencia. En un barrio cercano, Selin Al-Dada y sus hermanos hacen fila para obtener agua potable. Con plastico cubriendo las ventanas de su casa destruida, Selin asegura que su infancia se ha visto truncada. «En lugar de vivir una infancia normal, somos nosotros quienes llenamos agua, vamos a la cocina comunitaria a buscar comida y recogemos leña», señala la pequeña, añorando una vida infantil normal como la de otros niños del mundo.
El trauma ocasionado por el conflicto ha llevado a una crisis significativa entre los más jóvenes. Informes recientes señalan que un alarmante 93% de los niños en Gaza presenta comportamientos agresivos, mientras que el 90% ejerce violencia contra menores. Las secuelas de la guerra son invisibles, pero devastadoras. Los cuidadores, agobiados y sin herramientas adecuadas para proporcionar el apoyo emocional necesario, enfrentan una situación crítica. La ayuda de organizaciones ha sido imprescindible, ampliando los servicios de salud mental y apoyo psicosocial, llegando a más de 132.000 niños durante el primer mes de alto el fuego.
Sin embargo, las limitaciones también son severas. Solo una cuarta parte de los niños en edad escolar está recibiendo clases. Muchas escuelas han sido destruidas o se utilizan como refugios, y el acceso a materiales educativos está restringido. La pérdida de vidas infantiles también es impactante; más de 17.000 niños han muerto y 33.000 han resultado heridos en el conflicto.
Mientras algunos niños, como Yousef, intentan ayudar a sus familias vendiendo dulces en la calle, otros solo anhelan recuperar la normalidad que la guerra les ha robado. “Ojalá pudiera volver a mi escuela y que la vida volvería a la normalidad”, declara con anhelo. En medio de la devastación y el luto, los sueños de estos niños por una vida pacífica y llena de alegría siguen vivos, aunque se enfrentan a la dura realidad de un entorno marcado por el sufrimiento y la pérdida.
Fuente: ONU últimas noticias




