Siguiendo en el maravilloso mundo del modernismo, hoy nos centraremos en explicar una característica muy común en los temas de las pinturas y la literatura que podremos encontrar en numerosas obras de Klimt. Se trata de un personaje propio del modernismo erótico; el sexo, el amor y el peligro estarán íntimamente relacionados con la figura de la femme fatale.
No es de extrañar que a finales del XIX principios del XX, cuando la mujer empieza a tener cada vez más importancia en la sociedad, reivindicando sus derechos y haciéndose notar, se reflejara este hecho cada vez más en el arte. La mujer ideal por antonomasia presentaba un perfil clásico bien definido, cabellos largos y tez pálida; sin embargo, con la aparición de la femme fatale surge la mujer peligrosa. La femme fatale se convirtió en protagonista de las imágenes y las páginas de los libros de la época y parecía encontrarse especialmente a gusto en la atmósfera del Fin de siglo; época dominada también por la magia de lo místico que, junto con el encanto de la decadencia, parecían crear un ambiente extraño, duro y sombrío. La relación entre el hombre y la mujer se había deteriorado, y eso desbordaba la imaginación de manera extraordinaria. Sin embargo, no sólo en las artes plásticas sucedía este hecho, sino también en la vida real; mujeres como Lou Andreas-Salomé, que tuvo una gran fama por sus relaciones con Nietzsche, Freud o Rilke y por su carrera como escritora, psicoanalista y feminista, muestra lo caldeado que debió estar el ambiente entre los dos sexos y la influencia que esto ejerció sobre la concepción del arte. Lo que llama la atención es la cantidad de motivos inspirados en Salomé y la Esfinge, traducidos en formas femeninas, que siguen provocando en el espectador una mezcla de fascinación y miedo.
De esta manera, numerosos artistas trataron este tema en sus obras; Klimt, en la gran mayoría de sus trabajos introdujo este tipo de mujer, incluso llegando a presentarla masturbándose, algo que le supuso numerosos enfrentamientos. Sin embargo, el papel de la mujer como femme fatale llama más la atención en los cuadros que pintó Franz von Stuck a partir de 1893. Se ocupó del tema del pecado; la mujer presentaba un cuerpo muy blanco, en su sugerente contraste con el fondo oscuro y aumentando la atmósfera excitante cubriéndose con una capa de piel animal. Era característico en él realizar una combinación arriesgada entre mujer y víbora, que representaba un inequívoco símbolo fálico.
De modo que, justo en un momento en que la moral predominante era bastante restrictiva con temas como el erotismo y la lujuria, parece que la imaginación tomo alas; incluso personajes como Charles Baudelaire recurrieron a un lenguaje mucho más drástico para explicar el personaje de la femme fatale: “la hembra tiene hambre y quiere comer”. Así, mientras que en la vida real las trabajadoras de las fábricas se agotaban en interminables jornadas de trabajo y las sufragistas se manifestaban a favor del derecho al voto de las mujeres, en el mundo artístico aparecía paralelamente el mito de la femme fatale.